Las formas de hacerlo eran muy diversas. Lo cierto es que el documento sufría grandes cambios a través del tiempo, ya que se elaboraban nuevas versiones del mismo. Generalmente, la Secretaría o el presidente se daban cierta libertad para propiciar que 105 países pudieran decir si finalmente había o no consenso. Obviamente, no había ni un solo papel, documento o texto que se pudiera discutir en el marco del GATT si no tenía por lo menos el mínimo de aceptación de «los grandes»; es decir, si Estados Unidos de América decía «no» a algo, eso no llegaba a negociarse: era muy difícil cambiar su posición. En contraste, un «no» de cualquier país latinoamericano no interesaba mucho, salvo que alguno de ellos hubiera logrado aglutinar en torno a su posición a un significativo número de otros países que también dijeran «no», lo que de alguna manera equilibraba la balanza. De allí deriva la importancia primaria e imperativa para los países latinoamericanos de actuar en bloque, llegando a puntos de coincidencia en una primera instancia para ofrecer un planteamiento de conjunto. Esas etapas en las cuales circulaban inmensas cantidades de papel con el tiempo llegaban a convertirse en un texto que, a diferencia del documento inicial —donde se planteaban afirmaciones generales—, tenía la forma de un documento para negociar asuntos concretos. Ese texto formal cuidaba el aspecto jurídico, pues en el GATT el acuerdo final es obligatorio para el país suscriptor, a diferencia de lo que ocurre en las Naciones Unidas, donde las resoluciones —excepto tal vez las del Consejo de Seguridad— no son obligatorios. Es cierto que tienen un peso moral muy significativo, pero nadie puede exigir a un país de la ONU que acate una resolución. En cambio en el GATT sí, y ello tenía un efecto real, porque el incumplimiento de ese acuerdo podía llevar al país que lo hiciera a ser denunciado en el marco del Mecanismo de Solución de Diferencias del GATT, lo que podría derivar en una represalia comercial contra él, pues lo que se negocia realmente es dinero. Si un país, por ejemplo, reducía aranceles en medio punto, el país que dejaba de percibirlos perdía dinero, o, por el otro lado, el país que ingresaba con su producto, obtenía una ventaja en la colocación de sus exportaciones, todo lo cual se traduce en dinero para el Estado. Por eso es que en el marco del GATT este asunto de negociar intereses concretos —y con frecuencia intereses monetarios— lo hacía un órgano lento en sus resoluciones. Para negociar en el GATT, había que tener un peso específico en el tema del que se trataba; no era posible participar simplemente en las diferentes negociaciones. La negociación multilateral propiamente dicha es difícil de 151
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