La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy

178 ños esperaban dulces y juguetes. El entonces secretario de Cultura me había sugerido que regaláramos libros. Le respondí que no, que una biblioteca no regala libros, los presta. Regala posibilidades de leer(se) y escribir(se). Respuestas a algunas interrogantes, pero, sobre todo, preguntas. Él me miró, creo, un poco decepcionado, pero yo no cambié de opinión. Y la piñata que rompi- mos estaba llena de palabras. Palabras extrañas, esas pa- labras que en México llamamos domingueras, es decir, palabras que no se usan cotidianamente, que son, como los domingos, para jugar y gozar, para festejar. Y les dijimos que volvieran el año próximo con cuentos o poemas escritos por ellos con esas palabras, para poder festejarlos. Ingenuamente pensé que con ese regalo los niños volverían a la biblioteca. Pero no fue así. Tampoco podría asegurar que los niños, después de escuchar a los científicos, historiadores, artistas o cuen- tistas, hayan salido con una pregunta que los invitara a regresar a la biblioteca. La mayor parte de los niños que recogieron palabras impresas nos miraron desconcertados. No sabían que tener una palabra es tener un tesoro. Igual que tener una pregunta lo es. Un rasgo claro de una política que ha despreciado la conversación y desincentivando la cu- riosidad.

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