La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy
176 Pero está llena de afortunadas paradojas: la colección pende del techo, y hace sentir que los libros flotan, que no pesan. Un gran acierto hace que no sea grave el des- concierto de errar trescientos metros para encontrar un título. No es poco, más aún en un país en el que todo lo que tiene que ver con la cultura escrita ha contribuido a cubrir con una losa la palabra oral y, en general, todo lo ligero. Eso fue lo primero que me asombró al llegar ahí: la gente estaba extraviada. Pero no lo lamentaba. Les era difícil encontrar lo que buscaban, pero se encontraban a gusto en ese recinto inmenso e impráctico. Tal vez por- que la Vasconcelos está rodeada de un jardín, al que, paradójicamente, pocos entraban. Ese jardín se podía percibir a través de las ventanas, que rodeaban el edificio. Se podía acceder desde la plan- ta baja y desde el primer piso. El verde se impone sobre el gris de su estructura metálica. Había que obviar los muchos errores que signaron el proyecto, y seguir esa pista. Había que escuchar y potenciar la escucha. A partir de muchos experimentos, tuvimos grandes logros para hacer de ese supuesto elefante blanco (como se le llama en México a los grandes edificios vacíos) un centro educativo y cultural vivo. Lo resumimos con una consigna: «La Vasconcelos, una biblioteca viva. Que vi- van las bibliotecas».
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