La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy

137 Los cementerios están más vivos que muchas de ellas. Al salir de ese recinto, recordé lo que un amigo que conocía a fondo la red de bibliotecas de la Ciudad de México me había relatado, tal vez exagerando: en toda la red había solo dos bibliotecas que funcionaban. Una atendida por una persona que abría la biblioteca por la mañana y se iba a otro trabajo; luego regresaba a limpiar y cerrarla. La segunda estaba al cuidado de una magnífi- ca anfitriona, que sabía hacer sentir bienvenida a cuanta persona llegara. Solo había un pequeño detalle: esa bi- bliotecaria era analfabeta. Lo curioso es que, al parecer, a ninguno de los usuarios le representaba un problema. No sé incluso si todos los usuarios lo sabían. A la mane- ra de Hanna en la inolvidable novela El lector del nove- lista alemán Bernhard Schlink, esta bibliotecaria se las había arreglado para que las cosas funcionaran, a pesar de su imposibilidad de leer o escribir. Ella había logrado poner en práctica algunos de los principios que caracterizan a las mejores bibliotecas pú- blicas del mundo. Darte un espacio para conversar, con los vivos o con los muertos, con uno mismo o con los otros. Juego con resonancias del soneto de Quevedo: Si no siempre entendidas, siempre abiertas.

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