La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy

136 Me recibieron tres muchachos y les pedí que me mostraran los lugares a los que acuden cuando no quie- ren estar en su casa. Me condujeron al cementerio. Pa- seamos, conversamos sobre sus días y sus noches. Sobre sus deseos y preocupaciones. Luego me llevaron a una capilla y un parquecito y, por fin, me llevaron a una bi- blioteca. Pronto descubrí por qué la habían dejado para el final. Para poder ingresar había que cruzar una reja prote- gida por una mujer policía. Ya en el pequeño recinto, tres bibliotecarias dormitaban. Ni siquiera voltearon a saludar cuando entramos. En el único momento en el que voltearon fue cuan- do comencé a hojear los libros de los estantes. Quise despertar su interés mostrando que en su sección de ni- ños había muchos libros que yo había publicado. Puesto que todos estaban clasificados como libros para niños, habían mezclado en un mismo estante álbumes para bebés, relatos para niños y novelas para adolescentes… Todos de lomo. Perfectamente acomodados, de acuerdo con su clasificación Dewey. Por fin escuché su voz: «Por favor, no lo recoloque usted. Nosotros lo haremos». No me extrañó que mis anfitriones hubieran elegido pasearme primero por el camposanto. Los cementerios pueden ser más hospitalarios que muchas bibliotecas.

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