La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy

135 Sus refugios silenciosos permiten escuchar el arrullo del arroyo que ha sembrado vida a lo largo del desierto. El murmullo de los muertos que conversan, mientras esperan ser despertados. Entrar a ellas es apartarse de un ruido para escuchar un murmullo. Un bisbiseo, que algunos confunden con el silencio. Pero no lo es. No, al menos mientras una bi- blioteca invite a husmear, a proseguir una conversación interminable. Como acontece cuando uno pasea por un cementerio. Pero no en todas las bibliotecas se percibe (o percibía) ese rumor. Al dejar la dirección de la Biblioteca Vasconcelos, fui dar una charla en Iztapalapa, una de las zonas más pe- ligrosas del área metropolitana del valle de México. Un lugar del que llegaba cerca del 15 % de los visitantes de la Vasconcelos, a pesar de la distancia de más de una hora de viaje. Quise retribuir con mi visita las muchas veces que me había tocado recibirlos. Iztapalapa es una de esas ciudades que no son tales, sino manchas urbanas que han crecido de manera desordenada. Zonas conurbadas desprovistas de servicios básicos como agua y hospitales, sin parques ni jardines, en las que algunas autoridades caritativas con intenciones democratizadoras, falsas o reales, siembran espacios culturales.

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