La música de las bibliotecas: política y poética de un espacio público, hoy

126 La vida cotidiana en estos tiempos de confinamiento puso en evidencia que leer y escribir son dos verbos que conjugamos a diario con una diversidad de formas para una diversidad de fines. Prácticamente todos y para casi todo. Pero también han perdido poder para crear senti- do, porque, lejos de alimentar el diálogo, se han conver- tido en medios para acrecentar el solipsismo. La pandemia ha abierto posibilidades para valorar de otra forma el espacio y las diversas maneras en las que se construye la comunicación más allá de los mensajes escritos o grabados. En el trabajo, las escuelas, los hospi- tales, los museos y teatros. Para sobrevivir, todos hemos saltado a un espacio común creado por la cultura escri- ta, entendida en su sentido más amplio, que al mismo tiempo nos comunica y en el que con frecuencia nos sentimos incomunicados. Consagrados a leer (ver o escuchar) o a escribir (gra- bar) mensajes para seguir trabajando, estudiando o par- ticipando, de pronto nos vimos con una inédita posibi- lidad de leer desde una perspectiva diferente el espacio y los procesos. ¿Cómo se dan y por qué? Ahora que están cerradas las bibliotecas, se ha hecho evidente una dimensión de las bibliotecas que no veíamos, aunque estaba frente a nuestros ojos. Tal vez porque de ella (casi) no se hablaba,

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