La lectura de los afectos: imaginación y  empatía como prácticas de autodescubrimiento en el lector escolar

64 (Bryce, 1995, p. 425). La imaginación del narrador, en consecuencia —reconocen profesor y discípulo—, era ya sobradamente ardorosa y en exceso «fantasiosa» como para ser impregnada, además, por la ficción li- teraria. El narrador entiende, gracias a esta revelación, que gran parte de su conflicto interior se debía a una inexperiencia para examinar la propia vida —«lo poco elaborada que estaba aún mi narración [autobiográfi- ca]»—, de forma que «la tristeza del libro» se impuso sobre la suya, la real, y acabó siendo vivida artificiosa- mente «como una cruel traición a un amigo» (1995, p. 426). Aunque contada desde el humor y con una clara preferencia por la exageración burlesca, esta historia no deja de ser ilustrativa sobre lo que, muchas veces, parece estar en disputa cuando nos referimos a la apropiación del libro y a sus usos íntimos. Al final, el narrador —que suponemos no es otro que una suerte de alter ego del propio Bryce Echenique— reflexiona sobre cómo desde que dejó de leer, empezó «a gozar [de la ficción] y Dios sabe cuánto me ayuda hoy la literatura de los demás en la elaboración de mis propias ficciones» (1995, p. 426). Escribir es, en definitiva, ex- plorar las posibilidades de la imaginación personal, pero también la capacidad innata que tenemos todos los seres humanos para hacer conjeturas sobre los otros (TdM). Se trata entonces de una actividad que no solo sirve para

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