La lectura de los afectos: imaginación y  empatía como prácticas de autodescubrimiento en el lector escolar

57 ta se ha venido sospechando en el ámbito educativo al analizar las funciones que tradicionalmente le hemos atribuido a la literatura como un vehículo de conoci- miento y aprendizaje afectivo. Adquirir las facultades para imaginar, y, sobre todo, para valorar lo que otra persona pudiera estar pensan- do en una situación hipotética, debió significar, en su momento, un desarrollo crucial para la supervivencia del hombre primitivo. Eso, desde una perspectiva evo- lutiva, puede explicar quizá el instinto o la inclinación natural que los seres humanos siempre hemos mostrado por especular y contar historias (Lodge, 2002). Dicha capacidad mental es, en resumen, en el ámbito de la psicología del desarrollo, lo que ha pasado a conocerse como Teoría de la Mente (TdM): la facultad cognitiva innata que activamos aproximadamente entre el primer y el cuarto año de edad para «leer» la mente de los de- más y comprender —a partir de dicha proyección ra- cional y afectiva— que nuestros semejantes poseen una diferente interpretación del mundo que le es propia 12 . 12 Para Michael Tomasello esta facultad vinculada a nuestra des- treza cultural tiene una raíz, de hecho, en la ontogenia humana. Por ello, los niños no solo aprenden palabras al asociar estas repetidamente con los objetos correspondientes; necesitan an- tes seguir la mirada de la persona que les habla para entender qué es aquello a lo que esta se está refiriendo. «Solo cuando los niños han entendido lo que el hablante tiene en mente –y ha

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