La lectura de los afectos: imaginación y  empatía como prácticas de autodescubrimiento en el lector escolar

27 ble que la acción educativa se desarrolle en nombre de una fraternidad abstracta» (2015, p. 161). De allí que se haga necesario preguntarse antes, ¿por qué enseñamos literatura? ¿Cuál es la utilidad que tiene dicha materia para el alumno y para la sociedad? ¿De qué modo el éxito del estudiante durante su cabotaje por dicha asig- natura contribuirá a formarlo como un sujeto compe- tente, no solo en la especialización de una carrera pro- fesional, sino, sobre todo, en el ejercicio de una vida consciente y libre? Muchas veces nos adormecemos ante la reiteración de nuestras facultades en un sistema que tecnifica y, por lo tanto, neutraliza la labor pedagógica, absorbidos como estamos por objetivos abstractos, me- tas curriculares y abordajes meramente cuantitativos del contenido. La educación es dialógica por naturaleza y, en consecuencia, es también intersubjetiva, pues basa su efecto más duradero sobre valores y sentimientos (Frei- re, 2018). Al abordar una disciplina como la literatura tenemos la oportunidad de incorporar esa «discusión», muchas veces negada en la esfera pública o en el ámbito familiar, a la práctica de la lectura de los libros literarios —los «textos librescos», como los llamaba Iván Illich— que es el objeto que, desde hace siglos, encarna un modo de pensar y de relacionarse con el mundo y que, por tanto, moldea también nuestras ideas y vínculos sociales (Illich, 2018). En la medida en que los «beneficios» de

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