oscurece la rememoración de la Guerra con España. Pareciese que […] las historiografías peruana y chilena hubiesen decidido […] privarse de la satisfacción de celebrar […] juntas dicho acontecimiento» (Parodi, 2011, p. 35). De esta manera, observamos cómo la Guerra del Pacífico, en tanto que potente acontecimiento, subyace en la base de un discurso histórico que omite sensiblemente la contribución de Chile a la independencia del Perú. Este enfoque es notable en la obra de Rubén Vargas Ugarte, quien inicia su relato sobre la emancipación peruana refiriendo la revolución separatista de Chile de 1810. El padre Vargas define a la sociedad chilena de entonces como conservadora y fidelista, como se aprecia en la siguiente cita: No puede decirse que la revolución fuera popular en Chile. En el pueblo, sobre todo en el sur, predominaba la adhesión al Rey y aun entre las clases dirigentes no solo existía un partido fidelista y contrario a las nuevas ideas, sino, además, un partido moderado que no se inclinaba a un cambio radical de las cosas y prefería más bien mantenerse a la expectativa (Vargas Ugarte, 1966, p. 11). Vargas Ugarte presenta a la sociedad chilena como polarizada y colige que los independentistas no fueron más que un puñado de personas que buscaron la libertad de su país, al margen y en contra de la opinión mayoritaria. A partir de esta premisa, Vargas explicará luego el fracaso de aquel intento separatista, también conocido como la Patria Vieja, que terminará en 1814 con la reconquista española del Reino de Chile36. Sobre el particular, Vargas Ugarte sostiene que recién con la llegada y respaldo del general argentino José de San Martín, Chile pudo alcanzar su emancipación de España. De esta manera, minimiza la acción patriótica de los chilenos para lograr romper con el yugo español y señala que «desde esta fecha [1815] hasta el momento en que San Martín decide forzar el paso de la cordillera y dar la libertad a Chile, las fuerzas realistas dominaron aquel país y restauraron el antiguo orden de las cosas» (Vargas Ugarte, 1966, p. 14). Con ello, el autor niega la vocación separatista chilena y contradice la postura de su historiografía tradicional que, a través de la pluma de Diego Barros Arana, señala que: […] en 1817 todos los patriotas estaban de acuerdo que solo la separación radical de la metrópoli i el afianzamiento de un pueblo propio e independiente, podía ser el término i desenlace de la revolución. En los documentos oficiales i en la conversación familiar se hablaba del «estado de Chile» como un hecho consumado e irrevocable. El pueblo mismo, comprendiendo en esta 79
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