Introducción a la lingüística clínica

El sabor absurdo de este diálogo tiene su raíz en el hecho de que uno de los interlocutores no respeta ninguna de las máximas reseñadas. De ello se sigue que el otro solo pueda interpretar respecto de su locuaz compañero de conversación que se trata de un demente o que le está jugando una pasada. Se debe aclarar, en este punto, que las máximas no se plantean como reglas que los hablantes deban seguir para comunicar mejor, sino como principios que regulan la comunicación de manera natural, a pesar de que los individuos lo quieran o no conscientemente. En otras palabras, la comunicación se da porque dichos principios existen y gobiernan nuestros intercambios comunicacionales. Es importante tener en cuenta la aclaración anterior, porque una de las más importantes teorías pragmáticas, la «teoría de la relevancia», eleva una de las máximas explicadas, la de la relevancia, a la categoría de supermáxima (Sperber & Wilson, 1994). Según esta teoría, la comunicación se da porque los participantes atribuyen a los contribuciones de los otros relevancia máxima, por lo que producen, en algún sentido, el «efecto contextual» más óptimo y son capaces de atribuir sentido a lo que se les comunica. De este modo, la manera en que los participantes en un intercambio comunicativo son capaces de descubrir la intención de los otros es porque eligen como premisas para su interpretación aquellos supuestos del contexto que le dan máxima relevancia a la contribución de sus interlocutores (Sperber & Wilson, 2004). La prueba de que tal mecanismo opera es que nos comunicamos en lugar que no, incluso cuando sería más esperable que los malentendidos dominaran la comunicación. De este modo, la implicatura conversacional se produce sobre la base de los mejores supuestos disponibles; es decir, los más relevantes. La potencia explicativa de este principio es tal que permite explicar por qué los comportamientos ostensivos de los otros son interpretados como teniendo una intención comunicativa, aun cuando podrían no tenerla de verdad. Lo último permite afirmar que muchos de los malentendidos comunicativos que se producen provienen más de la asunción de comportamiento comunicativo que de la falta de supuestos compartidos, un problema que finalmente se resuelve cuando los participantes de un intercambio comunicativo hacen explícitos sus supuestos. Sin embargo, un caso diferente es aquel en que alguien le asigna a un determinado comportamiento o expresión una intención comunicativa de la que carece. En estos casos, el receptor le da al mensaje un sentido diferente del que el 97

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