que le impidan dormir, aunque esta información pueda ser parte de los supuestos que conforman el contexto de la comunicación. Si este fuera el caso, el receptor del primer mensaje podría responder con una pregunta como: «¿Tú padre sigue con problemas nerviosos?». La regla que gobierna el mecanismo que desencadena el proceso inferencial en una comunicación se llama «principio de cooperación» y consiste en que los participantes en un intercambio comunicativo serán todo lo colaborativo que sea necesario para lograr una comunicación exitosa. Tal principio fue planteado por Grice (1975), quien señaló que los intercambios comunicativos son esfuerzos de cooperación. En ellos, los participantes reconocen y aceptan, en cierta medida, el propósito común de la conversación y rechazan lo que consideran conversacionalmente inapropiado. De esa forma, se espera una contribución mutua y aceptada en el intercambio conversacional en el cual se está involucrado (Grice, 1975). La conversación tendrá un propósito claro que será regulado a partir de reglas conversacionales que refuerzan el cumplimiento del principio de cooperación. Estas son la «máxima de cualidad», la «máxima de cantidad», la «máxima de manera» y la «máxima de relevancia». Expliquemos cada una de ellas imaginando un intercambio verbal en que una persona solicita, en la calle, una dirección a otra. Según la primera, la dirección que se ofrezca será verdadera; es decir, no será fals. Según la segunda, se dará la información necesaria; es decir, no se darán detalles adicionales que no vengan al caso. Según la tercera, se utilizará un lenguaje que el otro pueda entender. Finalmente, según la última, su respuesta tendrá relación con la solicitud que se la hecho. La violación de cualquiera de estas máximas consigue resultados extraños como el que se observa en la siguiente conversación: –¿Sabe qué hora es? –La medianoche. –Pero, señor, si yo he salido de mi casa hace un rato y eran apenas las 7 de la noche. –Era broma... Son recién las 8, que es la hora en que mi tía saca a pasear al perro. A propósito, ¿no ha visto una señor gordita por ahí? –No, no… –Aunque ahora que lo pienso debe ser la hora en que el jueves se pone como maleficio de océano perdido en el firmamento. –Bueno, señor, ya basta de tantas tonterías. –OK, OK... La dirección es avenida Los Pinos 234. 96
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