Una variante de la teoría de los prototipos es la de los «estereotipos», que introduce la dimensión social. Esta teoría postula que los significados que los usuarios asignan a las palabras se forman a partir de una serie de colecciones o estereotipos (Herrera, 2002). Estos codifican las expectativas de la sociedad sobre los miembros de una clase de cosas. Por ejemplo, a la gente le parece normal que en la zona de verduras de un supermercado se encuentren los limones; lo cual se debe a que clasifican al limón como una verdura e incluso les sorprende enterarse que en realidad se trata una fruta. Una verdura puede ser descrita por las personas como un alimento vegetal que se utiliza, tanto crudo como cocido, para ensaladas o comidas sanas. Este listado que describe lo que es la verdura sería la colección de estereotipos que forma el significado que los usuarios atribuyen a la palabra «verdura»; es decir, los criterios que llevan a una comunidad a seleccionar al limón como una verdura. Estos criterios pueden ir en contra de lo que un experto puede decir al respecto, pero hacen posible la comunicación dentro la comunidad. De esta forma, este conjunto de estereotipos compartidos proyectaría una extensión en el mundo que, sin embargo, no existe objetivamente en él (Herrera, 2002). Hasta ahora, nuestra exposición ha puesto su foco en lo que configura eso que llamamos «significado», pero la discusión se ha desarrollado como si la realidad fuera un dato dado. Sin embargo, resulta claro que los hablantes organizan su experiencia del mundo a través de la categorización y que este proceso fundamental es el que construye la realidad como experiencia consciente. De esta manera, la preocupación ha estado centrada en aquello que configura el significado, pero no en aquello que haría lo propio con la realidad como experiencia consciente y en lo que evidentemente le toca una contribución al significado. En esta dirección, la categorización supone que adscribimos los individuos a determinadas clases, pero también que los individuos se constituyen en el acto de clasificarlos. En términos de Herrera, los «seres humanos vivimos permanentemente, pero sin ser conscientes de ello, en un mundo de ejemplares de tipos» (2002, p. 372. Cursiva del original) y, en un sentido más extremo, «fenomenológicamente lo que es accesible a nosotros en la experiencia es solo el token» (2002, p. 373). Los particulares y sus respectivas extensiones en la realidad no serían, en este sentido, sino proyecciones de nuestras propias categorías mentales, la manera en que categorizamos nuestra experiencia del mundo y, por lo mismo, las 89
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