los sonidos graves. Sin embargo, como la audición no es lineal, el sistema auditivo es más sensible a cambios de frecuencias graves que agudos. Los humanos son capaces de percibir una banda de frecuencias desde los 16 Hz hasta los 20 000 Hz; fuera de esta zona, ya no pueden percibir las vibraciones (Martínez Celdrán, 2003). De esta forma, no se oye sonidos por debajo de los 20 Hz (infrasonidos) ni por encima de los 20 000 Hz (ultrasonidos). Además, tampoco se oye por debajo de los 0 decibeles (dB) y, a partir de los 140 dB, empezamos a sentir fastidio, pues ya se está dentro del umbral del dolor. Existe una relación entre dB (intensidad) y Hz (frecuencia). Por ejemplo, una frecuencia de 40 Hz no es percibida hasta que no posee una intensidad de 60 dB, mientras que una de 3000 Hz empieza a ser oída con -10 dB (Martínez Celdrán, 2003). Existen tres elementos que hacen referencia a las cualidades de los sonidos desde la percepción y que tienen una manifestación acústica concreta (Martínez Celdrán, 2003). Estos son el tono, la sonoridad y el timbre. Cuando se percibe el F0, perceptivamente se trata del tono. La evolución de la melodía (cambios en el F0) —es decir, la sucesión de tonos— da como resultado la curva melódica. Por otra parte, cuando se percibe la potencia o intensidad del sonido, se está haciendo referencia a la sonoridad perceptiva. El timbre, por su parte, refiere a cualidad vocálica, que se halla relacionada con la distribución de los formantes en el espectro (Martínez Celdrán, 2003). De esa forma, a menor separación de armónicos —ondas más juntas—, más grave será la voz (masculina); mientras que, a mayor separación —ondas más separadas—, la voz será más aguda (femenina). Para que el oyente descifre el mensaje lingüístico, debe realizar tres tareas: segmentación, normalización y agrupación. La primera consiste en dividir la cadena de habla en unidades: este continuo sonoro solo podrá ser segmentado en unidades discretas si el oyente conoce la lengua. La segunda corresponde a la identificación y reconocimiento de estas unidades a partir de los sonidos de la lengua que se han almacenado; por ejemplo, si bien cada persona dice una [i] diferente, todos los hablantes de español reconocen ese sonido como /i/. Finalmente, una vez establecidos los límites, estas unidades se agrupan en sílabas, palabras u oraciones (Marrero, 2001). Estas tareas se dan en tres etapas: audición, conversión de la onda sonora en impulsos nerviosos; percepción, conversión de las representaciones neurológicas en unidades lingüísticas segmentadas, 84
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