Por ejemplo, Shum (1988) realizó una investigación para analizar las pautas de adquisición y desarrollo del lenguaje en niños con problemas psicosociales y psicoafectivos en instituciones estatales frente a otros que crecían en un medio considerado normal y adecuado. La investigación longitudinal, realizada para indagar el desarrollo en los componentes morfosintáctico, semántico y pragmático, halló que los niños de medios institucionalizados presentaron un déficit importante en la adquisición y desarrollo del lenguaje en comparación a los otros niños. El estudio concluye que estas diferencias básicamente se deben al medioambiente y señala que el lenguaje no se desarrolla de forma natural ni tan espontánea, sino que exige de ciertas condiciones para que se desarrolle de manera saludable. Entre estas, Shum (1998, p. 50) señala las siguientes: a. Interacción diádica y personalizada. b. Trasformación de la situación de la interacción según la exigencia de desarrollo madurativo intelectual del niño. c. Expresión afectiva del adulto en la comunicación del adulto-niño. Estas condiciones serían importantísimas y vitales para la adquisición del lenguaje, pero no se cumplen en el caso de los niños que se hallan en instituciones estatales. Ello se debe a varios factores, como el establecimiento de una relación mecánica, sin acompañamientos del lenguaje (verbal o gestual) y sin afecto entre el cuidador y el niño, la existencia de varios cuidadores y el número de niños que tienen a cargo. En estas condiciones, el apego se paraliza y, por ende, los niños no tendrán un interés afectivo por comunicarse. Específicamente, en cuanto a la adquisición y desarrollo del vocabulario, el niño debe desarrollar la atención conjunta para seguir y dirigir la mirada del adulto. Esta capacidad le permitirá aprender nuevas palabras. De igual manera, tener una comprensión rudimentaria de las intenciones de sus interlocutores le permitirá reconocer el foco y aprender nuevas palabras. El papel de los adultos en este desarrollo es crucial debido a que ellos ayudan en este proceso presentándoles de manera directa o indirecta el nombre de los objetos. Alexander y Ucelli (2010) señalan que, en la medida en que el niño incrementa su información, el adulto también incorpora información más rica respecto del vocabulario que se le da. Por ejemplo, si un adulto enseña el nombre de un animal a un niño, no se limitará a decir su nombre, sino 236
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