férreo compromiso que les permita, por un lado, enfocarse en buscar el máximo beneficio para su paciente y, por el otro, desprenderse de los prejuicios y sesgos que interfieran en el proceso (Shipley & McAfee, 2009). Como conclusión principal, una vez revisado el quehacer del fonoaudiólogo en el abordaje de los trastornos del lenguaje en forma general, se ha podido observar que a pesar de que conceptualizar el rol de los especialistas de lenguaje y los trastornos lingüísticos desde una perspectiva del ciclo vital no es lo usual, esta mirada tiene la ventaja de reflejar mejor el impacto de una alteración lingüística en la calidad de vida de los afectados (Joffe, Cruice & Chiat, 2008). Este beneficio permite evidenciar que las competencias clínicas, en ambos casos, son menos distintas de lo que se podría esperar. Finalmente, debe destacarse el cambio de la visión en los últimos años, de aspectos meramente lingüísticos a otros elementos de importancia como es el caso de la calidad de vida (Gomersall & otros, 2015) y alteraciones en aspectos no lingüísticos como las funciones ejecutivas (Acosta, Ramirez & Hernández, 2017), lo que ha hecho que el especialista del lenguaje amplíe su atención a otros elementos. Junto a lo antes desarrollado, actualmente existe una redefinición del término, al menos en el área infantil, donde si bien la semiología linguistíca no ha sufrido grandes cambios, aspectos como la terminología utilizada, el pronóstico, las condiciones asociadas y sobre todo la semiología no linguistica han sufrido cambios importantes (Bishop & otros, 2017), que posiblemente repercutirán en el manera de enfrentar los trastornos del lenguaje en un futuro cercano. 136
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx