Esta categorización es muy útil en el campo de los trastornos del lenguaje, debido a que no es poco frecuente que estas alteraciones se disocien. Esta circunstancia tiene como resultado que algunos niveles se vean más alterados que otros o incluso que algunos no comprometidos en absoluto coexistan con otros severamente comprometidos (Joanisse, 2009). A pesar de que esto último podría sugerir, como plantean varios autores, que algunos de estos niveles son independientes —como para el caso de la sintaxis, por ejemplo—, existe una profunda interacción entre ellos mismos y entre ellos y el resto de la cognición (López-Higes, 2003). Un ejemplo de ello es cómo la sintaxis depende de la semántica para su desarrollo inicial (Cárdenas, 2010) o cómo el desarrollo pragmático tardío puede influir en el uso de ciertas formas gramaticales y no de otras (Alturo, Keyzer & Payrató, 2014). Estas evidencias son significativas para el fonoaudiólogo que, partiendo de una teoría modular, aborda ciertas habilidades clave que permitirían indirectamente el desarrollo de otras (Dodd, 2005). Esta interacción entre los distintos componentes y la cognición está presente incluso desde el principio del desarrollo lingüístico, ya que los niños adquieren el lenguaje sobre la base de las representaciones conceptuales que ya han construido sobre objetos, sucesos y eventos (Clark, 2004). Respecto del desarrollo del lenguaje, las descripciones precisas de sus hitos a través del tiempo han permitido demostrar que, si bien este desarrollo es flexible y tiene pequeñas variaciones determinadas por factores individuales y culturales, presenta cierta regularidad en la aparición, secuencia y plazos, hecho que es relevante en la identificación de alteraciones del lenguaje y la comunicación. Sin esta información, sería imposible discriminar cuando un niño presenta un desarrollo atípico, a menos que se evidenciaran conductas indudablemente atípicas (Owens, 2003). Es importante volver en este punto al lenguaje como hecho social debido a que este se adquiere en un contexto de interacción y a través de su uso activo. Ese proceso se apoya en que el niño, antes de dominar formalmente su lengua, es capaz de adquirir ciertas funciones o intenciones comunicativas. Por ello, puede decirse que la adquisición del lenguaje es sensible a los diferentes contextos en que ocurre (Bruner, 1991). La tabla 37 ofrece una versión muy simple del desarrollo lingüístico normal. Destaca el hecho de que, a los 36 meses, el niño presenta un desarrollo lingüístico de mediana complejidad. Este le permite interactuar 123
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