los aspectos conductuales, dado que los significados y las intenciones no son observables (Zegarac, 2006). Desde esta perspectiva, el lenguaje es la manifestación sensoriomotora de estas operaciones mentales descritas anteriormente, es decir, una realidad física y observable que se manifiesta en lo que denominamos «habla»; es decir, constituye la materialización del lenguaje (Paul & Norbury, 2012). Pese a ello, no debe olvidarse que el lenguaje humano es una conducta inteligente que no puede explicarse solo por el encadenamiento de estímulo-respuesta (Poirier, 2006). Ahora, el considerar el lenguaje como una manifestación motora es solo una manera de analizarlo como conducta; ya que, por otro lado, el lenguaje es un fenómeno propio de la cultura, tal y como lo plantean Gollnick y Chinn (2006). Estos autores afirman que el lenguaje, además de ser un vehículo de la comunicación, es un medio para formar la identidad personal y cultural, así como una forma de socialización en un grupo cultural. Este último aspecto también es de importancia para el fonoaudiólogo dado que el fin último de toda intervención es la integración plena del sujeto en su entorno social. Dada la dificultad de estudiar al lenguaje como un todo, la lingüística plantea que la arquitectura funcional del procesamiento del lenguaje se divide en varios componentes: el fonético-fonológico, el morfosintáctico, el semántico y el pragmático (Gallardo & Gallego, 2003). Estos subsistemas del lenguaje resultan ser importantes de conocer en sus diferentes componentes para los fonoaudiólogos, ya que permiten analizar conductualmente el fenómeno lingüístico en forma discreta, lo que facilita su análisis y, por un lado, permite medir de mejor manera las habilidades presentes en un sujeto y abordar estas mismas habilidades en forma específica cuando se encuentran alteradas. Otra manera de distribuir el lenguaje en componentes es la taxonomía de Bloom y Lahey (1978). Estos autores proponen tres subdivisiones: lo relacionado con la forma correspondería a la fonología y la sintaxis; lo relacionado con el contenido, a la semántica; y lo relacionado con el uso, a la pragmática. Dicha clasificación se utiliza frecuentemente para describir alteraciones del lenguaje (Paul & Norbury, 2012), pero nosotros nos guiaremos aquí por los componentes anteriores. Cada componente se planteará dividido en dos vertientes: una comprensiva, que alude a todos los procesos de decodificación lingüística —es decir, lo que el sujeto entiende—; y una expresiva, que apunta a los 120
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