emisor le quería dar (Herrera, 2003). El extremo de tal situación se produce en el caso de los paranoicos, quienes interpretan cualquier comportamiento de aquellos que lo rodean como algo ostensivo que muestra la intención que tienen de agredirlo en su integridad personal. No obstante, una situación similar puede darse en situaciones de mucho estrés en las que alguien interpreta, por ejemplo, que la ausencia de contacto visual de una persona, su jefe en la empresa donde trabaja, es una señal de su próximo despido. Otra fuente de malentendidos son los procesos inferenciales que llevan a interpretaciones diferentes de las que el emisor esperaba. Si ocurre que A pregunta: «¿Quieres ir al cine?» y B responde: «No tengo plata», entonces A puede inferir que B no quiere ir al cine porque, en efecto, no tiene plata; pero también puede inferir que B quiere que lo invite o que B no quiere ir al cine con él. Cualquier inferencia dependerá de lo que A sepa de B: si A sabe que B es alguien que se caracteriza por su consideración con los demás, optará por la primera interpretación y se puede ofrecer a prestarle plata o incluso invitarlo; si A recién conoce a B, optará por una interpretación que le dé el beneficio de la duda o que se base en algún estereotipo. En el primer caso, se ofrecerá a prestarle la plata si quiere ir con él; y, en el segundo caso, dependerá del estereotipo con el que lo juzgue. Otro caso de malentendidos de este tipo ocurre cuando los participantes tienen supuestos distintos acerca de la realidad. Por ejemplo, A le dice a B: «Me buscas al hora de salida» y B responde: «Está bien»; pero llega tres horas después. Evidentemente, este malentendido se ha debido a un conflicto de saberes sobre la realidad: A puede creer que B sale todos los días del trabajo a las seis de la tarde; pero resulta que, en el trabajo de B, la salida es a las tres. Evidentemente, las expresiones lingüísticas no solo sirven para transmitir información; muchas de ellas van más allá de simplemente contar o describir un hecho. De hecho, muchas sirven para hacer cosas, hecho que intenta explicar la «teoría de los actos de habla» propuesta por Austin (1990[1962]). Este filósofo del lenguaje parte de la distinción entre «enunciados constatativos» y «enunciados performativos»: los primeros describen un hecho del que se puede comprobar su verdad o falsedad (por ejemplo, el valor de verdad del enunciado: «La puerta está abierta» se puede comprobar verificando si efectivamente está abierta o cerrada); mientras que los segundos constituyen acciones que pueden determinarse como adecuadas o inadecuadas según ciertas condiciones (por ejemplo, en: 98
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