baratos, lo que el club ganaba en una tarde no cubría ni el costo de la indumentaria deportiva. Por muchos años los mismos jugadores seguían abonando su cuota para mantener al club. Antonio Maquillón relata su experiencia en el Club Tarapacá al respecto: Nosotros en Tarapacá jugábamos amateurmente. Y no recibíamos nada. No había propina entonces. Lo único que compraban eran los uniformes y los zapatos. Eran pobres las entradas porque en el Estadio Nacional se cobraba un sol y dos soles. Y se repartían entre los cuadros, pero para que esos cuadros pudieran comprar sus uniformes. Nos daban dos, tres entradas para la familia. Y nos daban para el pasaje. Y si había, nos ayudaba (el presidente del club) con plata (Antonio Maquillón. Entrevista, 9 de junio, 1982). En los años 20, sobre todo después de la aparición de la Federación, la propina llegó a ser la norma en todos los equipos grandes. Esa propina no era un sueldo fijo sino un porcentaje de las entradas. La Federación cobraba su proporción, el club su 20% y el resto era repartido entre los jugadores por igual. Aunque a los ojos de la afición habían comenzado a destacar ciertas estrellas, eso todavía no se reflejaba en pagos preferenciales a los jugadores más hábiles. Por supuesto, no se ganaba igual en todos los partidos; los clásicos y los partidos internacionales arrojaban un mayor beneficio. También el jugador podía ganar más cuando reforzaba a otro equipo o cuando integraba un combinado local. Según los jugadores de la época las propinas eran también mayores cuando el equipo salía en giras a las provincias: Teníamos una propina, sí, cuando salíamos en gira, por ejemplo, a jugar a cualquier provincia, así sea la provincia más cercana, como decir Cañete, Chincha, Huacho. El público se volcaba a ver muy especialmente cuando iba Sporting Tabaco a una provincia, Alianza Lima o Universitario de Deportes. El público se volcaba porque tenía, pues, la curiosidad de ver jugar al cuadro limeño (Israel Bravo Ríos. Entrevista, 3 de junio, 1982). A pesar de la difusión de las propinas y del creciente público en los partidos, hasta los años treinta ningún futbolista vivía exclusivamente del deporte. Tal fue el caso del famoso puntero derecho del Alianza Lima, José María Lavalle, que era adobero de oficio. Lavalle se levantaba a las 4 o 5 de la mañana todos los días para preparar los adobes y después, según su compadre Miguel Rostaing, «trabajaba todo el día, y en las tardes se venía aquí a Santa Beatriz a entrenar. Ese era su entrenamiento, y cuando 90
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