hacía pensar que el match se realizaría dentro de breves momentos. La demanda de localidades superó en mucho la capacidad del Estadio para la normal ubicación de los espectadores. En consecuencia, se produjeron desórdenes, millares de personas no pudieron ingresar al Estadio, no obstante de exhibir en la mano sus respectivas localidades» (El Sport, abril 26, 1930, p. 4)71. En la segunda y tercera década de este siglo, el fútbol de Lima se había vuelto popular, tanto en la extracción de los clubes y jugadores como en su evolución de deporte espectáculo. Una faceta importante del creciente número de asistentes a los partidos fue la aparición de las barras, los grupos de espectadores que se juntaban para alentar a un equipo en particular. El cariño de la barra, o del integrante de la barra, el hincha, por el club o por el jugador de sus preferencias, tenía que ver con fenómenos sociales y también psicológicos. En el caso de la composición urbana de la Lima de entonces existía la ligazón intrínseca entre el club y el barrio, sobre la que ya nos hemos referido. Además, Lima entre 1910 y 1920 era más la conjunción de una serie de barrios con cierta autonomía e identidad, antes que una ciudad moderna. Existía una cultura de barrio, local, que justamente tenía sus máximas expresiones en los sectores populares que buscaban alguna identidad, ya sea en la música, la danza, la jarana, etcétera, fenómeno que no ocurría en los barrios de las clases altas que imitaban modelos y la cultura extranjera. De ahí que el valse criollo y la Guardia Vieja, surgidos justamente en estas épocas, hayan tenido origen en barrios como el Rímac o Barrios Altos (Stein, 1982; Llorens, 1983). Estas barras comenzaron a surgir con fuerza en los años veinte, sobre todo alrededor de los primeros grandes clásicos del fútbol peruano entre Alianza Lima y Atlético Chalaco. Como el Callao no tenía todavía un estadio cerrado, estos partidos generalmente se realizaban en Lima. La barra chalaca, compuesta mayormente por pescadores y estibadores, era realmente temida tanto por los jugadores como por el público limeño. Llegaban en tren del Callao y, según el relato de Antonio Maquillón, «Se iban a pie al Estadio. Las barreadas que venían, y por todas las calles, el jirón de la Unión, todas, ¡chimpún, Callao, chimpún Callao!» (Antonio Maquillón. Entrevista, 19 de julio, 1982). El término chimpún proviene de los pequeños petardos de dinamita que llevaban los pescadores consigo. Pedro Frías, asistente inevitable a estos clásicos, cuenta del comportamiento de las barras en el Estadio: 86
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