solidaridad, hasta cierto punto de una conciencia de clase, para las masas urbanas. Volviendo al caso específico de los clubes de fábrica, el establecimiento de estos también respondía a una dinámica patronal que buscaba forjar lazos de lealtad entre los trabajadores —no solo entre los jugadores, sino entre todos los trabajadores— y la gerencia de la fábrica. Al apadrinar los equipos, comprar la indumentaria deportiva, proveerlos de locales y, a veces, costear las jaranas, los presidentes de los clubes, como Ricardo Tizón y Bueno, gerente de la Fábrica de La Victoria, o el famoso Mr. Smith, gerente de la Fábrica de Vitarte, creaban fuertes clientelas entre sus propios obreros. El relato de un jugador del Sporting Tabaco demuestra la fuerte infusión de paternalismo que encerraban estas iniciativas: Llegaba (a las jaranas después de los partidos) el presidente de la institución que era Don Juan Carbone, que era muy animoso. Partidos ganados o perdidos o de empate, siempre él llegaba y hacía un aporte para ver cómo nos comportábamos, si había rivalidades entre nosotros. Llegaba un rato, estaba allí, veía y agarraba su auto y decía: “Sigan divirtiéndose. Aquí tienen una donación para su cervecita. No se vayan a pasar mañana a las siete de la mañana a su trabajo». Esa era su palabra de él. Entonces nosotros, agradecidos, seguíamos. Y el estado físico en ese tiempo era tan poderoso que llegaban las seis de la mañana, nos amanecíamos, y a las siete estábamos en la fábrica. Él no participaba en la jarana. Él miraba a ver si no había enemistad, dificultades, problemas. Era como un padre. Efectivamente. Y todos cumplían, porque lo estimábamos tanto a él, como él a nosotros (Israel Bravo Ríos. Entrevista, 3 de junio, 1982). Un jugador de otro club interpretaba esos gestos de su «patrón» de una manera distinta: «Es que esa gente es inteligente. Entonces uno lo cuida, pues, al señor. Si usted tiene personal, tiene que agradarlo. Entonces el personal lo cuida, no le roba» (Pedro Méndez. Entrevista, 24 de mayo, 1982.) El advenimiento del fútbol popular fue, ciertamente, un fenómeno contradictorio (seamos presumidos dialécticos). El deporte pasaba a ser un espacio de las clases populares, pero era también, y a la vez, un instrumento de control, una forma de reproducir dentro de nuevas dimensiones relaciones de dominación, de clientelaje, de las que los futbolistas no solo no escapaban sino que querían también usufructuar. Así, por un lado se trataba de enfrentar al equipo de otro barrio o fábrica, y por otro se pedía al patrón las camisetas, el trofeo, el préstamo o los tragos después del partido. 83
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