como un héroe, gozaba de gran simpatía con las chicas. Claro, no todo era por asuntos maliciosos, no todo era por pretensiones de saciarse pero, sin embargo, gozábamos de una gran simpatía, más claro, reinaba el respeto, la estimación. Claro que había intenciones; eso lo lleva uno en la naturaleza» (Israel Bravo Ríos. Entrevista, 3 de junio, 1982). Además, con creciente frecuencia se recibían recompensas más tangibles. Se organizaban torneos en que se jugaba por diplomas o medallas, o a veces por copas. Los mismos jugadores junto con los socios o presidentes de clubes contribuían para la compra de estos premios. Para muchos futbolistas, ganar un diploma o una medalla de oro, aunque fuera en realidad hecha de cobre, era un acontecimiento de importancia. Es remarcable la observación de un jugador de la trayectoria tan impresionante como la de Miguel Rostaing. Preguntado sobre lo más positivo de su carrera de futbolista, respondió: «para mí, las medallas de oro, los diplomas, esos son los recuerdos más gratos. Pero ahora cuesta muy caro ponerlos en un cuadro. Y esas medallas en tiempo malo se han tenido que empeñar» (Miguel Rostaing. Entrevista, 13 de mayo, 1982). Este mundo futbolístico, creación de los mismos jugadores de las clases populares, fue para ellos un mundo amateur. Aunque no ingresó el fútbol peruano en el profesionalismo hasta mucho después de los años treinta, los comienzos de este fenómeno se pueden ver muy tempranamente en la evolución de este deporte por lo menos a nivel popular. Porque el origen de los clubes populares no tuvo siempre una iniciativa popular. En algunos casos fueron miembros de las clases dominantes los que contribuyeron a formarlos o apadrinaron su fundación. El ejemplo más claro de esto, y un primer paso hacia el profesionalismo, fue la creación de equipos de fútbol por las principales fábricas textiles de Lima y Vitarte. Parece que la idea surgió cuando lo gerentes veían que algunos de sus operarios jugaban al salir del trabajo en los descampados al lado de las fábricas. Primero se formaban equipos de las diferentes secciones de las fábricas y los gerentes regalaban un sol al ganador. Poco después nacieron los elencos que representaban a estas fábricas: Sport Inca, de la Inca Cotton Mill; Sport Progreso, de la Fábrica del Progreso; Sport Vitarte, de la Fábrica de Tejidos Vitarte; y José Gálvez, de la Fábrica de La Victoria. Pedro Frías cuenta de la fundación de este último equipo: «el José Gálvez se formó el 2 de mayo de 1907. Lo formaron por medio de los trabajadores de la Fábrica de Tejidos de La Victoria. El que presidía allí era el Sr. Ricardo Tizón y Bueno. La fábrica donó uniformes, zapatos, donó todo. Les dio 80
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