Montellanos una noche lo persiguió la Viuda» (Miguel Rostaing. Entrevista, 6 de mayo, 1982). En esos años, el fútbol de barrio se jugaba con escasos elementos materiales. Las canchas eran de tierra con arcos formados con piedra. Se usaban las llamadas pelotas de trapo que eran confeccionadas de medias de mujer llenadas con trapo, lana y, a veces, una piedra para dar peso. Los que jugaban en equipos más establecidos usaban pelotas de jebe y comenzaban a ponerse uniformes, «un poco a la buena de Dios», según Pedro Frías (Pedro Frías. Entrevista, 13 de noviembre, 1981). Estos, que eran en la mayoría de los casos solamente camisetas de un mismo color y corte, fueron comprados con las cuotas mensuales de los mismos jugadores o, en algunos casos, con el donativo de algún vecino más acomodado a quien se nombraba presidente del equipo (Miguel Rostaing. Entrevista, 6 de mayo, 1982)69. Es importante notar que en estos años, aun en los equipos de mayor prestigio como el Alianza Lima o el Atlético Chalaco, se jugaba «por amor a la camiseta». Los jugadores no recibían sueldos, pero, además del placer que sentían jugando, sí lograban ciertos beneficios particulares. A algunos los atraía el entusiasmo y la veneración del público, sea grande o pequeño: «allí comenzaba una zumbadita —cuenta Miguel Rostaing—, jugando ya se burlaba del otro, cabreándolo. El público lo llamaba a uno» (Miguel Rostaing. Entrevista, 17 de junio, 1982). Y, según otro jugador de la época, «cuando se hacía una buena jugada, lo aplaudían hombres, mujeres. Le hacían barra, pues. Uno que hacía una jugada buena y le hacían barra, uno se sentía Dios, pues. Uno se sentía, ya se sentía allí, que yo soy capazote» (Francisco Real. Entrevista, 28 de abril, 1982). Sobre todo para un trabajador que diariamente sufría derrotas en su vida, estas sensaciones cobraban una especial importancia. Para muchos jugadores otra atracción importante del fútbol era, «la simpatía del barrio, del amigo y de la amiga. Entonces esa era la satisfacción que tenía el futbolista: atraer a amigos, a amigas, para bailar. Entonces venía la consideración, el respeto, la estimación del amigo» (Israel Bravo Ríos. Entrevista, 3 de junio, 1982). Muchas veces esta estimación se traducía en invitaciones a tomar cervezas u otros tragos por los hinchas, y después de los partidos, en jaranas. Como dijo Israel Bravo Ríos, «no se terminaba un partido de fútbol si no había baile. Lo más importante para nosotros era que después del partido nos reuníamos en el local. Entonces venían chicas, se formaba la música, la jarana. Y uno era 79
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