Raymunda sentía la pegada de la ausencia y se alegraba mucho cuando sus muchachos la llamaban a ese aparato negro que habían instalado recientemente en la hacienda. Y entonces sonó el teléfono. Solían guardarlo, a veces bajo llave, en una urna de madera que le daba resonancia especial al timbrado. Doña Raymunda no dudó un solo instante. Tenían que ser ellos. Sus muchachos. Y eran. Y Lolito había ganado y era campeón. Y luego escuchó al propio Teodoro contándole emocionado a su madre escenas del triunfo y compartiendo matices de su inesperado gol. Y luego desfilaron todos, saludando a mamá Raymunda, asegurándoles que todos estaban bien y nada les faltaba. Y luego con Arturo, el mayor. «Sí, mamá». «No, mamá». «Tal como habíamos quedado, mamá». «Claro que estaremos juntos por allá, por lo menos hasta Reyes». «Y… no lo dude, mamá Raymunda, Lolito será grande. Más grande que todos nosotros». 4. AÑO NUEVO BLANQUIAZUL Ese gratísimo encuentro de reservas frente al Alianza Lima representó el final de la temporada para los hermanos Fernández. El equipo de la Universidad no jugaría más encuentros hasta después de carnavales. Además, la propia Universidad Nacional de San Marcos estaba tomada por las estudiantes y acechada por las fuerzas del orden. Era la ocasión apropiada para romper filas y tomarse el reparador descanso después de una temporada de mucho esfuerzo. Y vaya si había sido una temporada de logros. Aunque Arturo no hubiese jugado un solo minuto en el Mundial de Uruguay, era importante haber formado parte de la delegación mundialista. Además, Arturo terminaba el año reafirmado en el puesto de back derecho del equipo crema. Y Lolito sacaba pecho por el título de reservas definido con notable solvencia. Era grato el horizonte de los Fernández y en ese horizonte campechano, veraz y tradicional la mejor manera de despedir un año bueno y darle la bienvenida a otro año era recibirlo en casa, en Hualcará, junto a mamá Raymunda y los amigos de siempre. Arturo y Lolo eran saludados como héroes por la muchachada de la hacienda, pero al rato eran uno más en la sobremesa, uno más en los juegos, uno más en las tertulias. Como si nunca se hubieran movido de Hualcará. Y doña Raymunda, embelesada, se preguntaba si no sería posible que sus hijos permanecieran así para 200
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx