Tras la enésima salvada del notable arquero arequipeño se decretó el final del encuentro, y el empate sin goles quedó sellado y saludado con aplausos desde las graderías, que progresivamente empezaban a despoblarse en lo más dorado de la tarde veraniega. Todos salían contentos, comentando las últimas jugadas. Que Pardón una maravilla en los maderos. Y nadie como de las Casas, un auténtico patrón del área solamente comparable al gran Antonio Maquilón. ¿Y el temible Manolo Puente? Hasta Manolo había tenido que marcar esa tarde porque si no ellos se venían con todo. Entre esa multitud que hormigueaba hacia los exteriores del Nacional se encontraban los Fernández, todavía paladeando no solo el triunfo de la reserva de la Universidad sobre Alianza Lima sino el título de Lolito que había estado en gran tarde. Al salir del estadio la multitud se bifurcaba según los diferentes destinos. Unos buscaban al tranvía a Miraflores y Chorrillos, la avenida Arequipa era otro desahogo para miraflorinos y cubría Lince, Orrantia y San Isidro. Otros tomaban los carros que iban a la Magdalena y Chacra Colorada, también había servicio público al Rímac y, por supuesto, en una ocasión como aquella, el flujo mayor era al Callao, felizmente con el auxilio de la novísima avenida Colonial que complementaba muy bien al tradicional tren. Los hermanos coraje, los Fernández, la tenían más fácil. La residencia de estudiantes quedaba cerca al Nacional, en lo que hoy es la avenida Cuba. Lo más natural era ir a pie. Bajaron probablemente por Petit Thouars, apenas unas pocas cuadras. Salvo que hayan decidido ir al centro de Lima, que tampoco estaba muy lejos, aunque sí en la dirección contraria. Acaso era preferible enrumbar para el centro histórico de la ciudad a fin de celebrar en algún restaurante apropiado y también para aprovechar la ocasión y llamar desde un locutorio del centro hasta Cañete. Seguro que en Hualcará estaban ansiosos por conocer el resultado los detalles de esa definición. Especialmente doña Raymunda, la venerable madre que añoraba los tiempos en los que sentía que desde su cocina podía ordenar el mundo. Ahora sus muchachos, uno a uno, se habían marchado a la capital a buscar porvenir en el fútbol, aunque también eran estudiosos. Arturo había tenido que matricularse en la universidad para ser titular y si lo subían a Lolito al primer equipo, ahora que había terminado la secundaria, también tendría que matricularse en la universidad. Quizá también en Contabilidad como su hermano. Serán hombres de provecho, pensaba, y aunque sin duda se habían alejado por el bien de ellos, doña 199
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