Harto aplauso bajaba de unas tribunas densamente pobladas, que disfrutaban un grato aperitivo antes del encuentro de fondo entre el Combinado Chalaco y el Atlético Bellavista. Sin embargo, el partido resultó más que interesante, pues los cronistas afirmaron al día siguiente que las incidencias del encuentro fueron seguidas de manera muy animosa desde las graderías. También coincidieron los diarios en señalar que la reserva de la Universidad había dominado largamente el encuentro para alegría de sus parciales que no dejaban de alentarlos. Y esa dicha de los estudiantes universitarios en la tribuna encontró su justo premio cuando el señor Mansilla sancionó una falta en el área de Alianza Lima, una pena máxima favorable al equipo de la Universidad, que se puso adelante en el marcador. Lolito estaba feliz. Ya iban ganando. El partido se disputaba con buen aire y si desde el comienzo los de la Universidad habían dominado las acciones, tras abrir el marcador por la vía de un penal bien cobrado los cremas siguieron controlando el encuentro. Lolo disfrutaba lo suyo. A cada rato le pasaban el balón o se la picaban al vacío aprovechando su velocidad y su ubicación de extremo derecho. Y Lolo simplificaba todo. Aplicaba la velocidad de sus diecisiete añitos y superaba con claridad a sus marcadores. En una de esa incursiones por derecha, cuando los aliancistas creían haberle tapado la salida a este mocoso que los paraba haciendo correr, Lolito decidió picar el balón hasta el extremo del campo y tras superar con claridad a los rivales sacó un centro al segundo palo que no fue ni bien rechazado por la defensa íntima, ni bien aprovechado por el ataque crema. De pronto un rechazo fallido puso el balón nuevamente a merced de Lolo Fernández. Aparentemente Lolito estaba en posición adelantada, pero Mansilla no dijo nada. La jugada continuó y con el primer palo a su merced clavó el balón en el arco de Campos, miró al árbitro para asegurarse y corrió a celebrar el gol con sus compañeros. Arriba, en la tribuna, los hermanos Fernández sonreían y se miraban entre ellos con aires de complicidad, como queriendo disimular la posición adelantada. Lolito estaba asegurando el título y todo era felicidad. La Universidad dos, Alianza Lima cero. Todavía alcanzó el tiempo para que la reserva de la Universidad lograse un gol más y los íntimos consiguieran lo que entonces se llamaba el gol de honor. Y Lolito llevándose las marcas y el balón para arriba y para abajo. El partido estaba definido, el título de las reservas tenía dueño. La tribuna 197
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