listos. De afuera llegaba un rumor extraño, inédito. Las tribunas estaban llenas, eran nuevas, sonaban diferente. El arquero Vílchez ya hacía flexiones a la espera de sus demás compañeros. Alva y Galindo estaban también a la orden y se amarraban los chuzos con esmero. Ellos iban a cuidar como nadie el área crema. Lolito estaba orgulloso de su equipo. Quiroz, Sabroso y Honores formaban una media sensacional y se habían fajado partido tras partido. Lolito jugaba de puntero derecho. Sánchez era el otro puntero, Icochea se desempeñaba de centro delantero y los interiores eran Castañeda y Melzi. Un equipazo, pensaba Lolito mientras flexionaba las piernas. Un equipazo. Ya verían los de Alianza Lima. Asomó de pronto el señor Mansilla, encargado de conducir el encuentro. El árbitro visitaba ambos camarines para asegurarse que todo estuviera listo y disponer la salida de ambos equipos al campo de juego. Finalmente, tras un par de arengas y hurras, Lolito y sus compañeros salieron del camarín rumbo al verde del Nacional. Era lindo tener diecisiete años, era lindo jugar fútbol. Era lindo ser puntero derecho del equipo de la reserva, escuchar el caracoleo brioso de los chimpunes sobre la superficie dura. Pero lo mejor, lo verdaderamente incomparable, era asomarse de pronto a la tribuna y sentir, como un rugido de caricia, el saludo caluroso de la hinchada celebrando la presencia del equipo. Ya en el campo de juego y una vez calmados los ánimos, Lolito empezó a escudriñar la formación que presentaba Alianza Lima para ese duelo de reservas. Era cierto, ponían lo mejor. En el arco de Alanza Lima esa tarde se cuadraba el meta Campos. Los backs eran Sarco y Lavalle. En el medio terreno efectivamente iba a jugar Quintana, para muchos el mejor volante nacional con largueza. Seguramente lo ponen porque necesita fútbol, pensó Lolo. Acompañaban a Quintana esa tarde en la volante blanquiazul. Carlín por derecha y Lara por izquierda. Villanueva, Puente, Nitti, Magallanes y Lavalle conformaban un respetable quinteto ofensivo. Había en Alianza Lima jugadores experimentados y de calidad comprobada alternando con uno que otro joven que recién empezaba. Lolo saludó a los rivales, en especial al jovencito Magallanes. Se llamaba Adelfo, tenía diecisiete años como Lolito y se conocían. Adelfo también era de Cañete, de San Luis, y alguna vez habían jugado algún aguerrido encuentro entre haciendas. Se saludaron, se desearon suerte y de pronto el silbato del señor Mansilla puso el balón en juego y todo fue movimiento, despliegue táctico, disputa del balón y aplauso. 196
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx