muchachos de la reserva que se jugaban el título ante la oncena de Alianza Lima. Lolo iba bien rodeado por sus hermanos, todos ellos nietos de un torero sevillano que hablaba inglés, que sirvió a la reina Victoria y fue contratado como intérprete por la Peruvian Sugar Corporation, dueña de muchas haciendas costeras. Ese abuelo se llamaba Tomas Fernández Robledo y alguna vez tomó el capote en Acho, en algún festival de aficionados, sin imaginar que un día sus nietos serían aplaudidos por las multitudes de otra fiesta. Allí estaban ahora los nietos del sevillano, como cuadrilla taurina, rodeando al menor de ellos y deseándole suerte, soltando quizá algún consejo de último minuto o la última invocación. Era tan tierno Lolito que tranquilamente pudo haberse encomendado a los santos inocentes que lo tendrían a salvo de cualquier Herodes del balón. Total, se decía que ese mediodía iban a jugar por la reserva de Alianza Lima, Quintana, Lavalle y Magallanes. Tras un desayuno reparador, casi de chacra, Lolito reposó un rato bromeando con sus hermanos hasta que llegase el momento de tomar rumbo al Estadio. Eran muy unidos los Fernández y en ocasiones como esta se notaba. A Lolito le gustaba mucho contar chistes, uno tras otro. Y era el que más los disfrutaba. Sus hermanos fueron su primer público. Y ellos lo dejaban que se desahogase, un chiste tras otro. Y no paraba. Era su arte de salón. En boca de Lolito no había chiste malo. Al salir, Lolo y sus hermanos notaron que había mucha gente en las inmediaciones del Estadio Nacional. Era algo natural. Prácticamente todo el Callao se había trasladado a Lima a ver a su combinado. Pero la verdad es que el preliminar entre Alianza Lima y la Universidad, destinado a definir el título de las reservas, también había jalado su cuota de público. Lolo se abrió paso entre vendedoras de viandas, sacadores de suerte y simples buscavidas a la espera de una entradita de reventa o una colada sutil. Siempre escoltado por sus hermanos, y tras haberse formulado mutuamente todos los deseos de buena suerte y las bendiciones del estribo, Lolo ingresó por fin al camarín del Estadio Nacional. Un camarín de fútbol, un vestuario de futbolistas. Allí donde los de afuera somos de palo. Lolito saludó a todos y empezó a ponerse la indumentaria deportiva junto al resto de sus compañeros. No faltaba nadie. Todos estaban más que 195
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx