Chalaco. El partido estaba programado para el Día de los Santos Inocentes y a diferencia de los cremas, los del Chalaco se reforzaron con Pardón en el arco y con Saldarriaga y de las Casas en la defensa. Ahí se darán el gusto de ver a de las Casas, pensaban Lolo y Arturo con ironía. Despejado el fantasma de un retorno dirigido de Mario de las Casas al equipo crema, Arturo y su hermano Lolito se tomaban las cosas más a la ligera. Pero, además, el encuentro internacional les interesaba menos, bastante menos que otro partido programado precisamente como preliminar del choque entre las oncenas del Combinado Chalaco y el Bellavista. En efecto había llegado por fin el día tan anhelado por Lolito. Todos los resultados previstos se habían cumplido con marcada precisión y por fin Teodoro Fernández Meyzán se preparaba a definir por primera vez un título en la gran capital, el título del torneo de las reservas. Tanto la reserva de Alianza Lima como la del equipo de la Universidad habían ganado lo que el fixture les iba deparando y finalmente se encontraban, en igualdad de condiciones, para jugárselo todo en la última fecha del torneo. Este era el partido para el cual Lolito había venido entrenándose con especial dedicación y esmero. Con diecisiete años cumplidos y la secundaria terminada, Teodoro Fernández despertó aquel domingo 28 de diciembre de 1930 sabiendo que su día había llegado. Ya Arturo había salvado el futuro con su gran demostración ante los campeones los uruguayos. Ahora había que adornar el presente ganándole a Alianza Lima el título del torneo de reservas. Los rituales previos a un encuentro son vitales, de rigor. Los hermanos Fernández, Arturo y José, siempre juntos y solidarios, acompañaban los preparativos del menor de la dinastía, Lolito, el benjamín y cachorro, que iba a disputar en el Nacional su primer título. Ni qué decir de doña Raymunda, allá en Hualcará. La que precisamente lo había encomendado, en brazos todavía, a la virgen del Carmen y lo había mandado a Lima, mozalbete ya, con su escapulario al pecho. Ese domingo 28 de diciembre, día de los santos «inocentes», doña Raymunda encendió temprano una vela y rezó por la suerte futbolera del más grande de los inocentes en su corazón: Lolito. Seguro estará con sus hermanos, pensaba. Los hermanos se preciaban de acompañar a Lolo a misa como en procesión. Y por qué no, si los Fernández eran muy devotos. Lolito se dirigió ese domingo temprano rumbo a la misa dominguera porque se jugaba al mediodía y había que estar temprano en el camarín con todos los 194
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