su estilo, con energía y mucha capacidad. Y estaba muy bien acompañado en el campo de juego. Progresivamente la sensación de peligro se fue instalando en el aire, los uruguayos recuperaban su estatura de campeones del mundo y los nuestros, tras un brillante primer tiempo, daban la impresión de haber empequeñecido. Dos fallas consecutivas de Arturo Fernández le devolvieron a Lolito la sensación de zozobra con una renovada cuota de amenaza. Qué estaba sucediendo. ¿Acaso se iban a dejar empatar como los íntimos?, era muy temprano para fallar así. ¿Y si los uruguayos volteaban el partido y a Arturo lo lapidaban? ¿Todo el futuro de los Fernández en el equipo de la Universidad quedaba en nada? Felizmente en las dos fallas de Arturo el remate de los uruguayos había salido desviado. Era urgente que el equipo se recompusiera cuanto antes o vendría el gol de ellos. Sentimientos encontrados se daban cita en la tribuna, pues en los aficionados la inquietud por ver de pronto a los cremas en apuros se mezclaba con el sentimiento de admiración al ver a los campeones del mundo acercarse a su real expresión. Reaccionamos ahorita o llega el gol en contra, pensaba Lolo angustiado, cuando Góngora controló con calidad un balón y puso en juego el contragolpe con Souza bien habilitado por izquierda. El mundialista sacó un buen centro que Sabroso remató con muy poca fuerza. Por lo menos un ataque. A Lolito ya no le quedaban uñas que morder, tonada que tararear, ni cábala a la cual apelar. Por lo menos un ataque. Menos mal. Lolo estaba a punto de sentir que el susto estaba pasando cuando sopló el viento de la desgracia. El mundialista Pablo Dorado aprovechó un descuido y se escapó perfilándose con malas intenciones. Ya no había forma de impedirle el centro. El balón, más ajeno que nunca, llegaba ya por alto al área crema donde Carbone lo controló con la cabeza, poniendo la bola a los pies de Lagos. Inapelable. Gol. Gol uruguayo. La Universidad dos, Bellavista uno. ¿Y ahora? En lo más dorado de la tarde el cielo podía cobrar el matiz rojizo de una tragedia. Con el corazón en la mano, Lolo veía cómo los uruguayos se habían hecho amos de la cancha y, la verdad sea dicha, lo habían logrado sin siquiera dar la impresión de ser un gran equipo. Les bastaba el cartel para impresionar. Pero en ese instante eran más, empujaban más. Se venían con todo por el gol de empate. De pronto una pelotera en el arco de los cremas instaló en todos la angustia y la duda. Aprovechando la vacilación, Lagos 189
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