Ese gol existe 2da edición

en el corazón del equipo rival, superan sus líneas defensivas y logran marcar el gol. Luego habrá que defender la ventaja con las uñas, o aprovechar el desconcierto del rival para anotar la mayor cantidad de goles posible («pasarlo por encima» se dice en las tribunas) y así derrotar la incertidumbre del resultado final que acompaña todo partido de fútbol. En estas disputas nacen héroes y mitos, se construyen identidades y se emparentan destinos. El potencial analítico de esta representación es aún mayor si concebimos los grupos enfrentados en un partido de fútbol como comunidades de hinchas. Para esto, es de suma utilidad el concepto de «comunidad imaginada» de Benedict Anderson (1983), quien propone analizar las comunidades como construcciones culturales imaginadas a lo largo de una historia, cohesionados por vínculos y sentimientos de identidad. Se dice que son imaginadas porque sus miembros pueden no encontrarse jamás en persona, pero todos comparten una misma pertenencia a una identidad futbolística bien definida. Se podría decir, entonces, que las comunidades no se diferencian por ser buenas o malas, legítimas o ilegítimas, sino por la forma y los contenidos en las que son imaginadas y construidas socialmente. Este proceso no ocurre desconectado de los principales acontecimientos que caracterizan las coyunturas históricas. Por el contrario, el fútbol es parte de la historia misma. Si trasladamos este concepto al fútbol, mejoramos nuestro entendimiento de la forma en que se constituyen y reproducen las comunidades de hinchas y fanáticos. Identificarse emocionalmente con el destino de un equipo o club determinado produce vínculos y sentimientos de hermandad con otros aficionados con los que se comparte la misma devoción. Como dice Medina Cano (1999), «todos ellos comparten un misma comunión, una pasión extrema por su equipo y una agresividad militante contra el rival histórico o de turno». La unanimidad no debe llevarnos a pensar que las comunidades son homogéneas cuando están formadas por personas de distinta procedencia y, además, con distintos grados de involucramiento: aficionados individuales, hinchas organizados, socios, dirigentes, jugadores y empleados del club. Lo «imaginario» no hay que entenderlo como un artefacto cultural mental carente de existencia real. 16

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