[...] en 1910, El Comercio emprende una campaña sobre la importancia del fútbol, de la educación física y la necesidad de promoverlo a escala nacional a través de escuelas, universidades y asociaciones en las que participan las clases populares. Se consideraba que los defectos de que adolecían los peruanos se debían a la falta de voluntad, de disciplina, de perseverancia metódica en sus actos, y que ellos podrían ser modificados a través de los deportes (Muñoz, 2001, p. 231). Pero el discurso de El Comercio con respecto a la práctica deportiva es similar al de los muchachos del equipo de la Universidad: es excluyente. Es solo para dos determinados grupos sociales, uno ilustrado y el otro, aunque plebeyo, sometido a control social por parte de la élite, es decir los obreros. Por ello la distinción de «asociaciones en las que participan las clases populares» y no simplemente «las clases populares». Los de Alianza Lima, equipo barrial, eran solo de la clase popular. Por ello los ataca mencionando «sus instintos malévolos, proscritos por las leyes del juego». Los vínculos de la familia Miró Quesada, propietaria del diario El Comercio, y la Universidad de San Marcos son de larga data. También lo son los vínculos entre San Marcos y la práctica deportiva. El 13 de setiembre de 1900, los alumnos de las facultades de Jurisprudencia, Ciencias Políticas y Letras establecieron un centro permanente para la práctica deportiva, creando el Club Carolino, para algunos el antecedente inmediato del equipo de la Federación Universitaria. Uno de los secretarios de los «carolinos» fue Luis Miró Quesada de la Guerra. Conviene decir aquí que el cronista del diario La Crónica concuerda con el de El Comercio. Para él, la culpa de los sucesos desagradables en el partido entre Alianza y la Federación Universitaria la tuvieron los primeros. Los universitarios son: [...] hombres de verdadera moral deportiva, que reúnen admirables condiciones para imponerse en nuestros fields, honrándose a sí mismos y honrando el noble y caballeroso deporte del balompié, que no puede ni debe ejercitarse por medio de la ofuscación y de la torpeza [...] Exceptuemos a Montellanos. Y con Montellanos —el caballeroso y pulcro jugador— a unos pocos del Alianza. (Otros olvidaron) el deber y la obligación de mantenerse, (controlando sus pasiones y sus instintos) en el terreno deportivo, leal y noble (La Crónica, 24 de setiembre de 1928). Cabe recordar que Montellanos era obrero. Imaginamos que los otros jugadores a los que se refiere el cronista, también lo eran. El comentario del cronista, a nuestro entender, está referido al mayor estatus de un obrero. 150
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