mismo poder se acercó a las fiestas populares tratando «de integrar como culto nacional [...] al Señor Morado, del mismo modo que institucionalizó el carnaval, y, años atrás, apadrinara al equipo de fútbol que luego se convertiría en el Alianza Lima» (del Águila, 1997, pp. 152, 153). Este acercamiento del poder a las prácticas de la plebe, despopularizaron a la institución de Alianza Lima, mas no a Los Íntimos. El gobierno de Leguía se caracterizó por dictar medidas populares, pero el presidente no solo hizo eso, sino que se acercó a los sectores populares, como un demagogo a sus prosélitos. El gobierno de Leguía se caracterizó por ser de dominación carismática122. Así, por ejemplo, José Reaño García, un hombre del leguiísmo, nos dice que Leguía poseía: gran temperamento de trabajador, es asombrosa la actividad desplegada por el presidente Leguía. En el hipódromo, en la Plaza de Acho, en los teatros, en los Te-deums, en los desfiles escolares y del Ejército, en la clausura de las instituciones dependientes del Estado, en la inauguración de obras públicas, en los lugares en que se emprenden las labores de cualesquier especie, en todas partes se presenta el señor Leguía a derrochar el estímulo de su presencia y el consejo y mientras tanto ello no implica que descuide sus deberes políticos y administrativos (Reaño, 1928, pp. XXXVIII-XXXIX). A diferencia del civilismo liberal, incongruente entre su postura modernizadora y a la vez excluyente; Leguía se mostró dispuesto, por lo menos en el discurso, a incluir a todos los sectores. Tuvo cuidado, sin embargo, de que sus actividades públicas en las que departía con un grupo de estrato bajo no fueran interpretadas como excluyentes hacia otro grupo del mismo estrato. Cuando las manifestaciones culturales pertenecían a la mayoría, aparecía en medio de los representantes de la masa o en medio de la masa misma. El cortejo del Señor de los Milagros es abigarrado, heterogéneo, inmenso, amoroso, devoto, creyente. Es aristocrático y canalla. Junta al dechado de elegancia con el ejemplar de jifería. Hay en él dama de alcurnia y buen traje, moza de arrabal, barragana de categoría, mondaria plebeya en arrepentimiento circunstancial, criada y fregona humildes. Y hay, por otra parte, varón pulcro y de buen tono, obrero mal trajeado y mal aseado, mendigo plañidero, hampón atrito, gallofero fervoroso y campesino zafio y rústico, todos ellos codeándose sin disgustos, grimas ni desazones (El Tiempo, 12 de abril de 1917). La descripción que José Carlos Mariátegui hace de la procesión del Señor de los Milagros demuestra que para esos años, una costumbre de negros fue ganada de a pocos por los miembros de la élite, que se fueron 142
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