Así como en el siglo XIX, donde un plebeyo artesano tenía mayor estatus que un plebeyo marginal, algo similar ocurre en esta época. Como señala Jesús Cosamalón, los proyectos inclusivos del civilismo de la segunda mitad del siglo XIX atribuían «al artesano el valor de ser el defensor de la legalidad, en eso reside su potencial político. No se trata del artesano indisciplinado en su trabajo, sino en un personaje dedicado y que ambiciona la paz y el orden para trabajar» (Cosamalón, 2004, p. 185). De igual manera, para algunos, un obrero de comienzos del siglo XX podía tener más estatus y autocontrol que un albañil, un chofer o un simple poblador barrial, y por eso podía ser incluido en el proyecto modernizador. En El Comercio del 12 de febrero de 1922 se lee que para organizar el corso carnavalesco de aquel año, en un afán por modernizar el carnaval, se solicita la colaboración de la Municipalidad, la prensa, los industriales y comerciantes, los universitarios y los «obreros cultos» (Rojas, 2005, p. 147). Se pone bajo el mismo rótulo modernizante a instituciones manejadas por la élite y a los obreros cultos. Aunque no los definen, imaginamos se trata de aquellos que laboran en fábricas, bajo la mirada del patrón, y que, fuera de las horas de trabajo, realizan actividades culturales. De acuerdo a Peter Gay, citando a Sigmund Freud, «La chusma mostraba sus sentimientos con una espontaneidad que los burgueses bien educados habían aprendido a controlar» (Gay, 2002, p. 46). En el pensamiento de Gay los valores modernos contrastan con las costumbres de la plebe. En el caso del fútbol, mientras los equipos de obreros, como el Sport Progreso o el Sport Inca contaban con el apadrinamiento del patrón, un equipo barrial como Alianza andaba a la deriva. Esto ocurrió durante sus primeros diez años de vida, hasta 1911, durante el primer gobierno de Leguía. Existía una muy buena relación entre el equipo de la Federación Universitaria y los obreros120. Los equipos de fútbol de los obreros, a diferencia de Alianza que procedía de un entorno barrial, tenían una participación activa del patrón de la fábrica, lo que tenía «un efecto positivo, en términos de fidelidad» (del Águila, 1997, p. 129). Debido a esta buena relación, el equipo de la Federación jugó en la Fiesta de la Planta, un evento que, a partir de 1921 y cada año, celebraba el sindicato textil en Vitarte. El equipo de la Federación asistió a la organizada en 1925 y jugó frente al equipo de Sport Vitarte121. Como veremos más adelante, a 138
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