suyos los triunfos del Alianza Lima y disfrutaba de las presentaciones de este equipo. Así, «cuando ganaba el Alianza, ganaba el pueblo». 5. EL ALIANZA COMO INSTITUCIÓN AFROPERUANA Uno de los hechos más sorprendentes de la historia de los afroperuanos es que, a pesar de haber estado muy dispersos residencialmente, tendieron a concentrarse en determinadas actividades: ocupaciones, instituciones culturales y religiosas, entre otras. Lo que sucedía era que el medio por el cual se vinculaban a las distintas actividades era el de sus relaciones personales: [...] la importancia de esta red de relaciones personales descansa en el hecho de que servía como un mecanismo conservador, reproduciendo generación tras generación la misma estructura racial de trabajo. Las personas que constituían los contactos de un obrero —su red— habrían de ser, hasta cierto punto, de la misma etnia, esto sobre todo en la medida en que fueran los miembros de la misma familia del obrero (Stokes, 1986, p. 207). Los negros se conocían unos a otros a través de las distintas redes — familiares, barriales, de compadrazgo, entre otras— que los unían. Las redes no solo servían para que se conocieran, sino también permitían que se fueran formando comunidades en las que igualmente todos se conocían. En medio de relaciones sociales que no les daban seguridad, era preferible para ellos juntarse con personas de confianza. Así, la concentración de los negros en el Alianza Lima obedece, en primer lugar, a la operación centralizadora de esas redes personalizadas. Veamos, por ejemplo, cómo a partir de los contactos del «Quemado» Rostaing se fue formando el equipo aliancista de los años veinte: «nosotros buscamos primero a José María Lavalle. Desde hace un tiempo yo ya lo conocía del barrio. Y nosotros lo vimos jugar y lo trajimos al equipo». Y el moderno equipo del Alianza empezó a ser formado: unos se conocían por el barrio, otros por el trabajo. Según Rostaing, «nosotros los convencíamos a ellos con amistad, a través de la amistad» (Stein, 1987, p. 21). Igual sucedió con «Manguera» Villanueva, aunque en este caso el vínculo era familiar: «ya habías cruzado el río, estabas en la ciudad. El tío Patuto se entusiasmaba esa tarde en la tribuna. —¿Quién es esa maravilla?/ —¿Cómo?, ¿no conoces? ¡Tu sobrino Alejandro, el hijo de la Melchora!» (Thorndike, 1978, p. 57). Luego el Patuto Arana se lo presentaría a Guillermo Rivero, ambos ex jugadores aliancistas: 120
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx