El libro de las maravillas - Cuentos de Tanglewood
Jasón siguió adelante y se detuvo a contem- plarlo. ¡Qué hermoso parecía! ¡Cómo resplan- decía en medio de la oscuridad aquel valioso trofeo que tantos héroes habían codiciado! El joven príncipe no pudo sino recordar cuántos hombres habían perecido al ir en su búsqueda, ya fuera por los peligros del viaje o por el aliento de fuego de los toros. -¡Qué maravilloso fulgor! -gritó Jasón extasia- do-. ¡Parece haber sido bañado en el más rico oro del crepúsculo! Apresurémonos, Medea. No hay nada que desee más que tenerlo entre mis brazos. -¡Espera! -dijo la joven, reteniéndole-. ¿Acaso has olvidado quién lo vigila? A decir verdad, la alegría de contemplar el ob- jeto de sus deseos había borrado de su cabeza el recuerdo del dragón. Pero no tardó en suce- der algo que volvió a traer a su memoria los peligros que debía encontrar en su camino. Un antílope, que probablemente confundió aquel amarillo resplandor con la salida del sol, apa-
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