El libro de las maravillas - Cuentos de Tanglewood
rayos de la luna no lograban traspasar. Solo en algún que otro lugar una tenue luz caía sobre la tierra sembrada de hojarasca. La brisa mecía las ramas, permitiendo a Jasón vislumbrar el cielo, para que no olvidara en medio de aque- lla oscuridad que este existía. Finalmente, cuando se habían adentrado en la parte más oscura del bosque, Medea apretó con fuerza la mano de Jasón. -¡Mira allí! -murmuró-. ¿Lo ves? Entre los árboles centenarios surgía un deste- llo muy diferente al de la luz de la luna, que re- cordaba al dorado resplandor del sol poniente. Procedía de un objeto que parecía suspendido a la altura de la cabeza de un hombre, un poco más allá, en el interior del bosque. -¿Qué es eso? -quiso saber Jasón. -Has venido desde muy lejos a buscarlo -excla- mó Medea-. ¿Acaso no reconoces el premio a todos tus desvelos y fatigas? ¡Es el vellocino de oro!
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