Boletín de la Biblioteca Nacional N° 61 - 62
22 monde, escrito por el venerable sacerdote y composItor Louis Lambillotte [1796– 1855]. 69 Conste que en esta respuesta no me mueven resentimientos personales. No, porque, para hablar con la franqueza que me caracteriza, el buen nombre del coro que se me confió es el único móvil. No responder a tan inmerecido ataque de un periódico de nombre podría tomarse como una confesión tácita de culpabilidad. En el exterior, talcs críticas podrían dar pie a que los extranjeros creyeran que la ad– rninistración de la música de la Catedral de Santiago (que hasta ahora ha gozado de gran estima) ha caído en manos incompetentes". Alcedo había respaldado sus argumentos con tantas citas de autoridades en la materia, desde las Confesiones de S. Agustín, Dell'origine, de'progressi e dello stato attuale d'ogni letteratura (Venecia: G. Vitto, 1783-1800) dc Juan Andrés, a la obra dc Antonio Eximeno Dell'origine e delle regale della musica (Roma: M. A. Barbic– llini, 1774),70 que Su "piadoso detractor" esperó hasta cl 2 dc febrcro de 1856 para continuar su guerra de palabras en la Revista Católica. En un artículo del 2 de fe– brero, Canto Sagrado (página 1370, columna 2) el piadoso detractor empezó di· ciendo que lamentaba que Alcedo hubiera "interpretado mal" los fundamentos del ataque. "Lo que escandalizó al público inteligente e imparcial fue que los motetes se cantaran en idioma vernáculo, lo que está terminantemente prohibido por la le– gislación de la iglesia de fechas 24 de marzo de 1609, 7 de agosto de 1620, 12 de mar– zo de 1630, 24 de marzo de 1657, 23 de abril de 1657, 31 de agosto de 1697, y el estilo mundanal, teatral de la música del 7 y 8 de diciembre, que la constitución de Bene– dicto XIV del 9 de febrcro dc 1749 prohibe totalmente". Dcspués de espccificar los títulos dc los documentos pertinentes del siglo XVII y rematando el argumento con una cita exacta de la obra en tres tomos de P. J. B. Herdt titulada Sacrae liturgiae praxis, juxta ritum Romanum (Lovaina: Vanlinthout et Socii, 1852) el piadoso aCU– sador de Alcedo se retiró a disfrutar por anticipado del resultado de su artículo. Pero había subcstimado a Alcedo si tomaba a este ex donado dominico por un advenedizo pcruano cualquiera, inexperto en logomaquia. Por su reconocida competencia musical unida a un gran tacto, en 1855 Alcedo había ganado el favor de los músicos más prestigiosos de Santiago: José Zapiola, que habría de scr su sucesor en el cargo de maestro de capilla y que nunca des– perdició oportunidad para elogiarlo en sus Recuerdos de treinta años; 71 Rafael González, el otro asesor del órgano Hesse en 1842 y para quien Alcedo obtuvo el cargo de segundo organista de la Catedral en 1853 72 Y hasta su depuesto antece– sor, Lanza,73 sin mencionar el clan Guzmán de músicos de la catedral 74 y otros instrumentistas amenazados. Todos estos colegas profesionales no sólo estaban dis– puestos a certificar que su música sacra no tenía un solo compás de Rossini, Bellini, Donizctti, Mcrcadante o Verdi,75 sino que Zapiola le informó, golpe por golpe, los pasos agrcsores del acusador. "En el momento en que apareció mi respuesta en El Mercurio del 21 de diciem– bre, pese a que era el día de graduación, había algunos seminaristas mandados por él que recorrían la ciudad buscando pruebas de que la música de la Purísima Concepción del 7 y 8 de diciembre tenía aires teatrales. Cuando los conocedores de música contestaron negativamente, mandó a un distinguido caballero a la autoridad más reconocida de la ciudad, Zapiola, que trabajaba en la librería More!. 'En dichas festividades, ¿se oyeron algunos ecos operísticos?' preguntó a Zapiola el emisario. Ahora bien, un mes y doce días más tarde, mi distinguido y fiel crítico vuelve a imprimir en el número 424 de la Revista (con fecha 2 de febrero), disculpándose por la 'demora' en publicar la réplica porque 'hace tan sólo unos días se enteró de mi respuesta había aparecido en El Mercurio!' Pues bien, prosigamos con los si-
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