Boletín de la Biblioteca Nacional N° 43-44

el Conde de Kcyserling y Salvador de Madariaga, o teóricos tan temperamentales como Alfredo Fouilée, han escrito acerca de las analogías y diferencias entre los diversos pueblos europeos. Pero, los "mercuriales" no se limitan a los espectáculos caros a las gente de Europa, sino que se consagran a presentar también los de Lima. Según ellos, las diversiones preferidas de los limeños en ese tiempo eran la comedia; el juego de la pelota; las corridas de toros¡ los cafés¡ el Paseo a Amancaes, para la fiesta de San Juan, en Junio; el de la Alameda de los Descalzos los dí.as domingo y además el primero y el seis de enero, y el Paseo de la Piedra Liza, pre– ferido de "los filósofos cogitabundos" por su soledad, rasgo este que no se compagina con el calificativo de "diversión preferida" de los limeños, salvo que lo fuera para los "cogitabundos" redactores del '.iHercurio. Concluye el número 4 con unas decimas glosando una disparatadísima de lriarte. Hasta aquí, como se ve, el 7vlercurio Peruano trata de asediar a la realidad peruana por diversos ángulos. Sin duda, el sociólogo encontrará en el número 5 largos motivos de meditación. Des– pués de pintar las corrupciones de Roma y otras ciudades, en especial las de sus mujeres, acoge una carta supuestamente dirigida a los editores, en que alguien recién llegado de Europa expre– sa su asombro por haber encontrado que sus hijas le tuteaban. Igualmente instructivo sobre la afición a las peleas de gallos y la historia del coliseo en que se realizaban, se inserta en el número 6. Lo que se cuenta sobre "medicina práctica" y la carta de Cañete, del mismo nú– mero, completan el aspecto sociológico (aunque no existiera aún la sociología) de esta edición. Es en el número 7 en donde se presenta la ya aludida historia de la Sociedad de los Amantes del País: ahí también se da cuenta de un episodio, que de no afectar a personajes tan discretos y elevados como los redactores del '.i\1ercurio, acabaríamos creyéndolos de edad o men– te pueril. Al parecer era rasgo distintivo de la poesía erótica de ese tiempo, disfrazar sentimien– tos y fisonomías, a objeto de dar un aspecto de impecabilidad a lo que, en su justas propor– ciones, debería ser lisa y llanamente un escarceo galante y hasta lascivo y voluptuoso. No dejaría de ser fatigoso, aunque resultare útil, seguir pormenorizadamente el desarro– llo del Mercurio. Desde el punto de vista estrictamente literario, no se puede menospreciar, por científicos que fuesen sus propósitos, la claridad de conceptos y la inevitable concisión que, a causa de la falta de espacio, se ven obligados a usar los redactores. Con todo, precisa se– ñalar que el número 9, dedicado a la minería, consta de 24 páginas, o sea que fue un número triple: ¿lo financiarían los mineros? ¿Era ya habitual lo que hoy se llama "publicidad" o disimulado avisaje en los periódicos? De toda suerte, ese número 9 y el 10, que contiene un importantísimo estudio sobre la demografía limeña, acusan una evidente ansia de conocer nuestra realidad social, dando así pre– ferencia a los aspectos cientí.ficos sobre los literarios. En el número 11 hay una sucinta, pero completa historia de los Concilios Provinciales de Lima, y en el 12 la historia de los cafés limeños. Desde luego, esta historia de los cafés se relaciona con las letras. Comienza el autor disculpándose por lo diminuto del tema que enfoca, pero, dice: "para un verdadero filósofo no hay objeto de absoluta pequeñez". Sabemos por el '.ivtercurio Peruano que hasta 1771 no había cafés públicos en Lima. La costumbre de tomar mate exigía hacerlo en casa, dado que para tomarla en sazón para gus– tarlo y sorberlo ruidosamente se deberá mantenerlo caliente. Pue don Francisco Serio quien, en dicho año, abrió en la calle de Santo Domingo "una tienda de nueva invención y extraña para el país", un café. Al año siguiente, un tal Saiazar abrió en la Calle de La Merced el café que en 1791 llamaban "del Francisquin". Se atribuye al virrey Amat la tolerancia y estímulo a tales establecimientos, a los que, según el articulista, el buen genio del peruano salvó de convertirse en centros de pecado. Francisco Serio, empresario audaz, continuó su cruzada en pro de los cafés; después de traspasar el de Santo Domingo, abrió otro, en la calle de las Animas, el año de 1775; y otro más en la calle de Bodegones "que hasta hoy maneja con el mayor crédito y consumo".

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