Boletín de la Biblioteca Nacional N° 43-44
20 un "Prospecto del papel periódico intitulado :Mercurio Peruano de Historia, Literatura y Noti– cias Públicas, que a nombre de una Sociedad de Amantes del País, y como uno de ellos, pro– mete dar a luz. D. Jacinto Calero y Moreyra. Con Superior pe1111iso. En la Imprenta Real de los Niños Expósitos. Años de 1790". Los propósitos de Calero concuerdan con los que hemos enunciado, pero es muy sinto– mático que la lista de suscritores comprendiese a los principales apellidos y dignidades del Virreinato, y que el editor manifestase la resolución de no aceptar nuevos suscritores hasta enero de 1791 : la barca parecía completa. Y lo estaba. La lista de suscritores conmueve por co– piosa e ilustre. La inicia el Señor Virrey, y a poca distancia figura el Ilustrísimo Señor Ar– zobispo. Según los Oidores ele la Real Audiencia, miembros del Cabildo, y las más sonadas familias ele la época: los Santiago Concha, (que eran medio Mecenas), los Tagle, el Conde ele Sierra Bella, Gabriel Avilés, los lrarrazaval, González Laguna, Encalada, etc. y hasta unas poquísimas mujeres. Había también militares, adictos a las nuevas ideas y que no se oculta– ban ni era preciso, ya que virrey y arzobispo se lucían en la primera línea. Las suscripciones pasan de 340 y algunas repetidas. O sea que '/}fercurio Pernano fue un acierto y una tentación desde el comienzo. Estaba asegurado su buen éxito. El primer número aparece el 2 ele enero de 1791, y se inicia con una artículo titulado "1dea yeneral del Perú". A riesgo ele incurrir en desorden, es preferible, empero, referirse primero al artículo edi– torial del número 7, del 23 de enero de 1791, en que se narra la "Historia ele la Sociedad Académica ele los Amantes del País y principios del JHercurio Peruano". Todo lo que se ha escrito al respecto sobre todo lo referido por Mencliburu descansa en esa reseña. Nos cuentan ahí que "en el año ele 1787, 'J-lisperiófilo (Rossi) puso fin a sus viajes, por un engaño de la fortuna y se domicilió en esta capital". Se dedicaba en Lima a amparar el deporte y la lectura. En un paseo que hizo a Lurín, que habría que suponer algo semejante a una travesía de hoy a otro país, conoció a tres "jóvenes amabilísimos" llamados Hermógenes (¿Egaña ?) , "Hornótimo" (Guasc¡ue) y (Unánue) Mindivido. Hermógenes tenía ya una ter– tulia en su casa a la que asistían Aristio y Agelao. Este nuevo grupo formó la Sociedad Filar– mónica, cuyas sesiones se desarrollaban de ocho a once de la noche, y cuyos temas eran asun– tos literarios y noticias públicas. Se eligió presidente a Hermágoras (Egaña) y secretario a Aristio. Aclenús, se agregaron tres socias, llamadas Doralice, Floridia y Egeria, lo que ya ocu– rría con la academia formada por Toribio Bravo de Lagunas. Así empezó a encausarse por los mismos senderos de la sociedad científica ele Madrid, la inquietud de nuestros coloniales. Conviene aquí hacer un rápido paréntesis para identificar a los principales de estos los miembros ele la Sociedad ele Amantes del País: Hisperiófilo era José Rossi y Rubi, italia no curioso y erudito; Hornótimo, era Demetrio Guasque, He1mágoras, Don José Jvlaría Egaña. Aristio don Hipólito Unánue, Hern1ógenes, don José Agelao, don Anticiro, Don Bernardino Ruiz, Archidamo Fray Diego Cisneros, Cephalio, don José Baquijano Carrillo. Una serie de desdichas personales dispersó a los miembros de la Filan11ónica. La bue– na suerte no siempre se compadece con la inteligencia. Baquijano viajó a España. Los demás tuvieron que atender a su menesteres personales. Durante veinte y seis meses, es decir, hasta fines ele 1789 o principos de 1790 no volvieron a reunirse, pero, cuando lo hicieron, fue ya con otro nombre, el de "Amantes del País", y en casa ele Hermágoras (Egaña). El nuevo nombre del grupo señalaba una nueva intención. Pero, habría quedado oculta, si no aparece don Jaime Bausate y Mesa, periodista contumaz, quien andaba publicando un Diario curioso y erndito...de Lima, sobre el cual se abalanzaron los "Amantes del País" para dar a luz sus preocupaciones; y como ese vehículo publicitario no fuera bastante para las necesidades inte– lectuales ele los voraces estudiosos, trataron ele hallar una expresión más cabal, y, mediante la ayuda de otro grupo, en el que sobresalían Chrisipo (Calero y Moreyra), Cephalio (Baqui– jano) y Archidamo, (Cisneros) y mediante el ímpetu organizador del primero, don Jacinto
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