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así como las mexicanas, y los trabajos de Squier, Uricochea,

Warden y Brasseur de Bourgbourg.

En geografia y viajes, lucían las ol>ras de Estrabón, Pompo–

nio y Riccioli con los diccionarios <le Mo1·eri, Colleti y Alcedo, á

la vez que las especiales descripciones de Spilberg, Drake, Dam–

pierre, North, Olloa, Frezier, FeLtillet, Malespina y Lacondami-

11e.

En lingiiística, había abLtndante caudal de gramáticas

y

dic–

cionarios ele las lenguas sabias y de las modernas, no siendo es–

casos los libros relativos á idiomas y dialectos americanos.

Entre las obras 1·aras, rarísimas, poseíamos el libro qLte escri–

bió Enrique VIII en defensa de la Iglesia catéllica,

y

que mereció

del Pontífice el lema

Fidei defensa,

que aun ho,v subsiste en la he–

ráldica de la casa real de Inglaterra-el

Nuevo descubrimiento del

gran

1fo

Amazonas,

por el jesuita Cristóbal de •Acuña- la

Extir–

pación de la idolatría de Jos ;ndios ael Perú,

por el padre Arria–

ga-

y la relación de varios

Autos de fe

celebrados por la Inqui–

sición de Lima.

Aunque no teníamos en la Biblioteca gran abundancia de

incunables, conservábanse en perfecto estado un

Breviario,

en 8°

que se concluyó de imprimir en Venecia por Juan Huamán, en

1489-

las obras de Platón, en un tomo. impreso en

1491,

en la

misma ciudad, y los

Coment;-i,.;os de Persio,

publicados igual–

mente en Venecia,en

1492.

El

misal m11zárabe,

impreso en Toledo,

llevaba en el colofón la fecha de 9 de enero de

1500.

En la sección americana estaban las producciones de casi to–

dos los escritores que riacieron ó residieron en nuestro territori,1:

León Pinelo, Villarroel, Peralt1a, Juan de Caviedes, Olavide, Be–

rriozabal, Espinoza Medrana, Cosme Bneno, Unánue, Larriva

y muchos otros, ostentaban allí el fruto de su ingenio

.Y

talento.

Cuanto folleto ó libro saliera de las prensas del Perú, desde

1583,

los

pose~a

la Biblioteca; y finalmente las irreemplazables

colecciones empastadas de

to<los los pel'iódicos publicados en

Lillla, desde el último tercio del siglo XVIII, constituían el posi–

tivo lnjo del establecimiento. En conclusión, básteme afirmar

que los libros eran tales como debía de es;->erarse: considerando

que gran parte de ellos pertenecieron á Olmedo, Unánue y Pérez

Tudela. En no pocos se veía la huella de la pluma del censor in-