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se le destinó; pero hoy reYiste caracteres de anacrónico
é
in–
suficiente,
y
habla poco en favor de la cultura nacional. El
vi::ijero que ha visitado las Bibliotecas del Janeiro, Buenos
Aires, Santiago y México, apenas se explica que tengamos co–
mo salón ele lectura un incómodo, oscuro y estrecho pasadi–
zo c¡ue, en la estación veraniega, no admite sesenta lectores.
Cuando, en breve tiempo más, el caudal de libros exceda de
40,000
volúmenes, tendremos plétora de libros sin anaquel
donde darles colocación.
Además, eso de que un edificio en el que estrechamen–
te podrían coexistir la Biblioteca
y
el Archivo nacionales, fun–
cionen otras cuatro instituciones, dá ocasión á no pocas di–
vergencias.
X
PERSONAL DE gMPLEADOS
En mis Memorias bibliotecarias de los últimos seis años,
he expuesto con gran cópia de razones
la necesidad
y
con–
veniencia de aumentar el personal de empleados, por lo me–
nos, con un auxiliar que disfrutará el módico haber de cuzitro
libras mensuales, pues' siendo tres los oficiales conservado–
res, es lo correcto <Jlle. á cada uno corresponda un auxiliar.
El progreso en que se halla la Biblioteca
y
el aumento
en el número de lectores, imponen más vasta labor á los em–
pleados,
y
exijen mayor vigilancia en la sala de lectura, para
impedir que sean sustraídos grabados
y
aún páginas de libros,
abuso de que en veinte años se han presentado casos, sin al–
canzarse á descubrir los culpables. Dos empleados en el sa–
lón de lectura no bastan para ejercer extricra vigilancia
s~bre
más de sesenta lectores.