Gaceta Bibliotecaria del Perú N° 39
35 También hemos probado decenas de formatos de conexión en Internet: clubs de lectura, conversa- ciones con escritores, cuentacuentos interactivos, slams virtuales de poesía, cursos, círculos de con- versación, entre otros. Pero hay cosas que deben hacerse «en vivo». Nuestras bibliotecas acaban de reabrir, con un afo- ro muy limitado, al público y estamos ensayando pequeñas reuniones y aprendiendo a realizarlas respetando las nuevas reglas de contacto entre per- sonas. Es vital que hagamos esto y que pronto po- damos superar estos desafíos: nuestras bibliotecas pierden gran parte de su significado si no funcio- nan de manera efectiva como lugares de encuentro, ya sean virtuales o físicos. En la línea de esta concepción de la biblioteca como un espacio de encuentro, plantea que en la biblioteca los individuos se encuentran con la alteridad, con lo diverso. ¿Cómo puede la biblioteca pública aportar a fortalecer este diálogo con «el otro»? Estamos viendo innumerables experiencias en todo el mundo para promover estos encuentros. La idea de una «biblioteca humana», en la que las personas hacen parte de la «colección», en la que la biblio- teca promueve el encuentro de diferentes personas para conversaciones temáticas, es preciosa. He es- cuchado experiencias fascinantes realizadas por la Biblioteca Vasconcelos (México) o por la Biblio- teca de Colonia (Alemania), por ejemplo y, como estas, hay muchas que están sucediendo en todas partes. En nuestro caso, iniciamos una experiencia de integración de relatos de personas de la comu- nidad en la colección de la biblioteca y promovi- mos, con la ayuda de otras instituciones (como la universidad o asociaciones comunitarias, por ejemplo), encuentros sobre diversidad. Creo que hay infinitas formas de hacer esto, y que esta es hoy una de las grandes misiones de la biblioteca públi- ca. Me gusta pensar que la biblioteca, en este caso, debe ser un poco como la literatura: un lugar segu- ro para experimentar lo diverso. Los programas de círculos de conversación y de diálogos sobre temas contemporáneos, por ejemplo, son una forma inte- resante de promover esto, así como los programas en los que personas de la comunidad presentan sus historias personales o discuten sus conocimientos. En su concepto, la biblioteca pública debe poner al ciudadano en el centro y no a las colecciones. Las colecciones son solo un medio, apunta usted. ¿Cómo logramos eso? Esta es una pregunta muy compleja y fascinan- te. Es cierto que la constitución de colecciones sirve a programas específicos para cada biblioteca, pero en todos los casos, creo que el desarrollo de las colecciones debe incluir la participación de las distintas comunidades atendidas por la biblioteca. También en esto hay experiencias muy interesantes sucediendo en todas partes. En uno de los últimos congresos de la IFLA tuvimos acceso a una expe- riencia desarrollada por el sistema de bibliotecas de Montreuil, en la región parisina, que incorporó a los niños y jóvenes de la biblioteca en el proceso de adquisición de colecciones. Es un programa fasci- nante: para ello, los niños y jóvenes tienen acceso al presupuesto de la biblioteca, conversan con es- critores, entrevistan personas, hacen investigacio- nes bibliográficas, participan de clubes de lectura, etc. Como resultado, la biblioteca está capacitando a lectores más calificados y, al mismo tiempo, una colección más diversa e inclusiva. Los grupos de interés que utilizan la bibliote- ca pueden contribuir de manera muy eficaz. Lo fundamental es que el desarrollo de la colección se da junto al desarrollo de actividades para la variada población a la que atienden las bibliote- cas públicas. A usted no le gusta usar la definición de «biblioteca modelo», así que no recurriremos a ese término, pero si hay un norte al que debemos aspirar como bibliote- cas públicas ¿cuál sería? De hecho, la idea de un modelo me parece una con- tradicción: el mundo de la biblioteca -y especialmen- te el de la biblioteca pública- tiene como caracterís- tica básica la diversidad: como la biblioteca pública está para todos (o al menos debería estar), acaba con una impresionante diversidad de públicos e intereses y, por lo tanto, de materiales y formas. Cada biblio- teca, en este sentido, acabará adquiriendo un carácter propio determinado por los retos que presenta el te- rritorio en el que se encuentra.
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